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De cómo me tomé mi embarazo con humor

En realidad, todo empieza un poco antes. Ese día en el que decides «venga, sí, ahora ¡ya!». Para llegar a eso, al menos en un plano ideal, se ha tenido que dar una alineación de los astros bastante improbable como que a) tengas una pareja medianamente estable, porque es posible que tu churumbel se parezca a ella y claro, nadie quiere que su hijo lleve genes de psicópata b) tengas un sitio donde meter al bebé, porque a día de hoy, no hacen trasteros con cuna incorporada y anda que un bebé no requiere trastos (si no, no tenéis más que leer mis opiniones) c) tengas un trabajo medianamente estable con el que puedas alimentar al churumbel, porque anda que no van caras las cosas d) te apetezca e) te pongas «a ello». De momento por catálogo no venden a los niños.

embarazada con ecografía
Foto: embarazada con ecografía vía Shutterstock

Como digo, esto es en un plano ideal, porque a veces los niños se presentan como la familia venezolana en el plató de la Gemio, cuando menos te lo esperas (aunque digo yo, que si vas a ese programa y tienes familia fuera deberías sospechar, pero ese es otro tema). O sea, que si se tiene que cumplir todo eso, te plantas en los treinta a nada que te descuides. Y bueno, a veces te falla algo y aún así te lías la manta a la cabeza con pura inconsciencia.

En mi caso, llevaba más o menos desde los 25 con el reloj biológico dando campanadas en plan Big Ben, pero hasta los 29 cumplidos siempre había algo que lo impedía. A esa edad me encontré casada con un hombre estupendo (bien! Con lo que escasean no es poco!), con trabajo estable (bien! en su caso, más estable que en el mío, como más tarde se demostró), con casa y con ganas. Lo único que me echaba para atrás era que llevaba menos de un año en el trabajo y me daba cosa, pero decidí que ya estaba bien de retrasarlo y que fuera lo que dios quiera.

Así que me casé en diciembre y en noviembre mi marido insinuó que cuando yo quisiera ya podríamos intentarlo. Llegado ese punto, comienzas a informarte y te das cuenta de que aquello, al parecer no se ciñe a una noche de sexo, lujuria y desenfreno y a dar a luz como una coneja. ¡NO! Existen cosas como los ciclos, los días fértiles, la semana fantástica (sí, sí, exáctamente igual que en el corte inglés), que si lo haces cabeza abajo y haciendo el pino tienes más posibilidades de que te salga niño o niña, vamos, un montón de variables. Al parecer, había que estudiar latín para preñarse.

A esto se suman las amigas agoreras que te dicen (con buen criterio), que no siempre es la primera, que hay veces que cuesta, que hay casos de infertilidad etc. Y te asalta la duda (todo esto antes de ponerte a ello), de si seréis «mansos». Terror. Yo tenía tantas dudas que, segura de que en el primer mes na de na, ni siquiera le comenté a mi marido que habíamos comenzado el tour de Francia.

barriga de embarazada
Foto: Barriga de embarazada vía Shutterstock

En diciembre me puse a ello; no llegué a la paranoya de comprarme test de ovulación pero estuve a un canto de duro de hacerlo. Eso sí, religiosamente me tomaba la temperatura todas las noches, tratando de encontrar el momento de la ovulación. Y cuando lo pillé por banda, zaca, homenaje.

Raro en mí, no me obsesioné demasiado. Pasaron los días hasta mi teórica regla (hacía tantos años que tomaba pastillas que ni siquiera recordaba como era una sin ellas), y llegó un lunes y no me vino. Estoy segura de que hubiese corrido a buscar un test de embarazo, porque en la vida me había hecho uno y me hacía hasta ilusión, pero no hubo opción. Trabajando me dio una lumbalgia brutal de esas que te quedas hecha un cuatro y no te puedes mover de la posición en la que te has quedado, así que ese martes me tocó ir a urgencias.

Fui con mi madre, y yo ya en el camino iba dándole vueltas a la posibilidad de que PUDIERA estar embarazada, y que a ver cómo hacía para que mi madre no se enterara de ello antes que mi marido. No hubo forma. Yo entré a la consulta y le dije a la médica que tenía un retraso de un día, por si me tenían que hacer una radiografía. Es que después de los mensajes apocalípticos que hay en las cabinas de rayos x, estás convencida de que si te hacen una preñada, lo mismo te sale un hijo con un cuerno en la frente. Y no es plan. Que lo querrías igual, pero las coñas que iba a tener el muchacho de por vida… Así que me manda salir con mi botecito para hacer pis. Así que claro, se lo tuve que decir a mi madre.

Tengo 30 años y me costó más decírselo a mi madre que a mi marido. Es que las madres nunca deben pensar que sus hijas follan, por más que tengan 30 años y estén casadas. Igual que yo, que mi madre me concibió por obra y gracia del espíritu santo.

Así que hice pis, no sin dificultad porque tenía la vejiga vacía y me tuve que beber un café y un zumo a la velocidad de la luz, y esperé el tiempo. Entré a la consulta y la buena doctora me dice que tengo una lumbalgia de campeonato (no me puedo ni mover, ya lo puedo deducir yo solita), y que estoy embarazada, así que reposo y hala, enhorabuena.

test de embarazo / pregnancy test
Foto: test de embarazo vía Shutterstock

Os juro; en ese momento en lo único que pensé fue en ¿¿¿¿¿¿PERO YAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA????????? ¿No se suponía que había que controlar la ovulación? ¿no se supone que es difícil? ¿no se supone que a la primera es jodido? ¿YAAAAAAAAA?. Y luego a continuación me dediqué a darle las gracias a todos los santos que conozco por los años de anticonceptivos tan bien utilizados.

Claro, llamé a mi marido y como tengo «diarrea verbal», le dije que tenía una noticia buena y otra mala. Que la mala era que me había quedado hecha un cuatro y que no me podía mover y la buena que estaba un poco preñada. Sin anestesia. Ni test de embarazo envuelto, ni patuco, ni nada medianamente romántico. Una llamada al trabajo y se acabó. Lo mejor es que el pobre ni siquiera sabía que estábamos buscando el bebé. Me había dado vía libre, pero yo no quería agobiarle con historias de fertilidad y total, como en el primer mes no iba a quedarme, para qué preocuparle. Ja.

Lo peor fue cuando me enteré de que me tocaba dar a luz en septiembre. Menudo veranito que me iba a pasar! Yupi! Yo que odio el verano con toda mi alma, pues no quieres taza, taza y media.

Al principio cuesta asumir que tú, que estás tan pancha, como un cuatro, pero pancha, realmente tengas a un bebé en la tripa. Haces acto de fe, más que nada porque te lo ha dicho una señora con bata blanca (si hubiese sido con un predictor fijo que me hago cuatro lo menos), pero nada en tu interior te dice que aquello sea verdad. Es más, estás todo el santo día con la duda ¿pero será verdad? ¿y ahora qué? A mí me dio por hincharme a leer cosas sobre bebés ¡ahora podía! Y has oído tanto sobre los síntomas del embarazo, que hasta deseas tenerlos para poderte creer de verdad que eso te está pasando.

Poco tuve que esperar. A los cuatro días parecía una «teutona», de las que sirven jarras de cerveza en los bares alemanes y que tienen las tetas así como en bandeja. Yo no soy precisamente plana, pero es que parecía la doble jamona de Pamela Anderson.

Y sólo una semana más tarde me sobrevinieron los vómitos. Náuseas, vómitos… vamos, que intimé con el señor Roca cosa mala. La tensión la llevaba a la altura de los tobillos, más o menos. Me iba cayendo por las esquinas, y tenía un sueño que parecía poseída por una mosca tse tse.

náuseas matutinas embarazo
Foto: Náuseas matutinas vía Shutterstock

La verdad es que recuerdo el primer trimestre con horror. Dios qué mal que me sentía a todas horas. Mi marido decía que estaba divertidísima, porque era abrir la nevera y casi vomitaba del olor. Y os aseguro que mi nevera no es nada del otro jueves, es más, por lo general suele estar bastante pelada. ¡Pero es que tenía el olfato super desarrollado! ¡¡¡Era casi como un superpoder!!! Mi sentido embaracil me decía si alguien se estaba comiendo un petisuisse sin siquiera verlo. Y además, era totalmente culo veo culo quiero. Mi marido, que es sabio, jamás comía algo delante de mí de lo que sólo quedara una unidad. ¡Cómo agudizó su sentido de la supervivencia! ¡Pobrecito!

Y por fin llega el día de la primera ecografía. Teníamos una foto de mi útero estando de 7 semanas, en las que se veía ahí un miniyo enano, pero fue a las 12 cuando disfruté de lo que era mi hija. ESTABA EMBARAZADA. Llevaba un pequeño alien dentro que se dedicaba a jugar a practicar la natación sincronizada en mi barriga. ¡Y yo sin enterarme! Tú no sientes nada, más que que estás hecha unas bragas, pero ahí dentro hay algo con vida y se mueve. Es realmente alucinante.

Eso sí, fue pasar de la semana 13 y todos mis síntomas se pasaron como por arte de magia. ¡Eso sí que era vida! El segundo trimestre es el mejor con diferencia. Empiezas a tener tripita, que al principio hace una ilusión loca, te compras tu primera ropa premamá, y ya te sientes mejor. Lo de la ropa era tremendo. A mí me apetecía mucho llevarla (aunque la verdad es que no me engordé mucho al principio y estrictamente no la necesitaba), pero por otro lado, la primera vez me sentí «disfrazada» de premamá. Era super curioso, era como si le estuviera tomando el pelo a todo el mundo.

Yo para aquel entonces ya estaba en una comunidad de futuras madres de septiembre, y nos emparanoyábamos juntas. Lo mejor era, aparte de la amistad que hemos hecho, que como veías que estaban todas como tú, veías que era todo absolutamente normal, y no le daba mucha importancia.

Conforme se acercaba la eco de las 20 semanas me iba poniendo nerviosa pensando en el sexo del bebé. Yo siempre había querido una niña. Quería una niña y que estuviera bien, pero niña. Así que a mi bebé siempre me refería como ella y es más, a mi ginecóloga le dije que mientras no me dijera lo contrario, para mí era chica.

patucos sobre tripa embarazada
Foto: patucos sobre tripa embarazada vía Shutterstock

A las 17 semanas me hizo una eco y tratamos de verle el sexo. La jodía tenía el cordón entre las piernas y no se veía nada, así que nos quedamos con las ganas. Pero en una de éstas le pareció que podía ser chico, sólo un segundo, y luego dijo que no, que no se veía. Os prometo que casi me da un mal. Más que nada porque hasta ese mismo instante NI ME HABÍA PLANTEADO que más allá de lo que yo quisiera o dejara de querer, PODÍA ser chico. Tenía tan claro que era una niña, que ni siquiera la otra posibilidad entraba en mi pensamiento. A las 20 semanas, menos mal, apenas posó el ecógrafo en mi barriga me dijo que era una chica clarísima. Yo respiré. Era mi Aldara, y lo era CLARAMENTE. Es que en mi familia se confundieron hace 20 años con mi primo, que hasta que nació era una Berta, y se pegaron todo el embarazo recordándomelo. Así que me pasé todo el embarazo pidiendo que me lo reconfirmaran, como una histérica. Pero yo tal cual salí me fui directa a comprar algo rosa; no porque me guste el rosa especialmente sino porque estaba hasta el moño de comprar unisex, y a mí las niñas me gustan con vestidos. Azules, verdes, amarillos, arco iris, pero vestidos.

Lo peor de ese trimestre es que tu incipiente tripita comienza a crecer y sobre todo, tu peso. Si las mujeres de por si ya tenemos pánico a la báscula, imaginad lo que es tenerte que enfrentar a ella y a las caras de reproche de los gines. Menos mal que la mía no era nada Hitler con el peso, porque yo me engordé a saltos. Cogí dos en el primer trimestre, cuatro en el segundo, de un día para otro, y los 3 restantes en el último, aunque he de decir que en el último mes hasta perdí peso y es cuando se supone que más te engordas. Pero el momento báscula es terrible. Te sientes super culpable!!!

Sin muchos más sobresaltos, te adentras en el tercer trimestre, en el que todo se ralentiza muchísimo. Empiezas a estar gorda, patosa, la tripa te molesta, te tira, te dan contracciones de Braxton Hicks (también conocidas como las de Brad Pitt) y te sientes como una morsa. Pues imaginad cuando todo esto se vive en pleno verano, con un mes de julio como los que no se recuerdan en años. Yo parecía la prima de el Actor Secundario Bob, o de Frodo Bolsón, según sean vuestros intereses. Tenía unos pies dignos de aparecer en un museo, de grandes e hinchados que eran. Qué terrible.. Por otro lado, aunque mi tripa no era especialmente grande (ya soy yo suficientemente grande), era muy molesta especialmente para dormir. No había quien pegara ojo. Así que si el primer trimestre me lo pasé durmiéndome por las esquinas, éste más bien fue un insomnio continuo. No podía dormir NADA. Lo mismo me acostaba a las 6 de la mañana, que a las 10, que me echaba una siesta de 3 horas y era eso lo que dormía en todo el día. Menudo caos.

embarazada durmiendo
Foto: Embarazada durmiendo

El tercer trimestre es incómodo, pero al menos sabes que ya no queda nada para tener a tu bebita en tus brazos, que es lo que más deseas del mundo. Cada día pasa a la velocidad de un caracol, se hace eterno. Vas tachando del calendario cada día y cada semana se te hace mortal. Qué lento es todo…

Conforme se acerca el día de tu fecha de parto prevista (que no es nada más que una previsión, dicho sea de paso) te vuelves más y más paranoica. Cada vez que vas al baño, parece que vaya contigo Grissom y el resto de CSIs, porque observas cada flujo con precisión microscópica. A ver si ves restos del tapón mucoso, si tu flujo ha cambiado, yo qué sé. Te preguntas una y otra vez si vas a saber si estás de parto o si será una falsa alarma y esperas cada cambio como el día de navidad. Vas a correas, y te ponen los electrodos para ver si tu niño se mueve y si tienes contracciones…es una experiencia chulísima, por cierto, porque estás ahí tumbada oyendo el corazón del bebé latir a mil por hora y casi te dan ganas de dormirte. A mí me encantaba, estaba deseando que llegara.

Y de repente, sin previo aviso, me puse de parto una semana antes de salir de cuentas. Desde entonces, somos uno más, y tengo a esa cosita que se movía dentro de mí conmigo. Sigue moviéndose y cada día más por cierto. En la tripa era bastante huevona y tranquila, y yo creo que ahora se mueve por lo que no se movió entonces.

Yo no eché de menos mi tripa para nada, porque al final estaba deseando quitármela de en medio. Sólo ahora cuando veo a alguna embarazada me entra la nostalgia por ese periodo de mi vida tan bonito y tan incómodamente intenso.

Por Walewska

Madre de dos niñas. Gafapastas. Cuqui de barrio. Me gusta tomarme la vida con humor. Cuando tengo un rato libre me abro un blog. Escribí Relaxing Mum of café con leche. Me gusta andar descalza, creo que los postres sin chocolate no son postres y soy compulsiva en todo lo que hago.

7 respuestas a «De cómo me tomé mi embarazo con humor»

[…] del blog y tienda “Mamis y bebes” con su post: “De cómo me tome mi embarazo con humor” pero, pero, pero ¿dónde estaba walewska cuando estaba embarazada? las cosas que me perdí de esta […]

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