Esta semana me he cogido vacaciones. O, por ser más exactos, días libres, porque esto, vacaciones, vacaciones, lo que se dice vacaciones no son. Mi concepto de vacaciones consiste más bien en levantarme a la hora que me viene en gana (siempre, por lo menos, a partir de las 10 de la mañana… e incluso ese límite se ha ido relajando porque cuando era más joven antes de las 12 no amanecía en mis días libres ni loca), y básicamente dedicarme a hacer el perro. No pido mucho… desayunar debajo de mi casa, tomarme un café tranquila, leer la prensa, y luego perder el tiempo sin presión. Vamos, lo que comúnmente se conoce como rascarse la tripa.
Y es que con las niñas vacaciones no se tienen. Se tiene ocio en familia, que también está bien, pero no es lo mismo. Os lo juro. Yo descanso mucho más cuando voy a eso que llaman «trabajo remunerado» que cuando me quedo en mi casa con mis hijas. Bueno, evidentemente lo de estar en casa es un eufemismo. Mis hijas son modelo pendón y hay que sacarlas a pasear mañana y tarde. Así que estamos en casita lo justo. Conclusión: llego a mi casa cansada como si hubiera corrido una marathon y caigo en la cama como Felipón. Y es que vas de compras y no te puedes descuidar ni un segundo, como si en vez de salir de paseo con unas niñas estuvieras haciendo unas escuchas del CSID. Es que desconectas medio segundo y zasca, ya la han liado. ¡Qué estrés! O una, o la otra, o las dos a la vez. Mira que son majas…
Mis hijas deben tener lombrices en el culo. Aldara era más tranquila, pero ha sido apuntarla a gimnasia rítmica y la hemos cagado porque se ha transmutado en mí con seis años. La colega está todo el día pierna para arriba, culo para abajo, ahora lo meneo, vamos, lo mismo que hacía yo con unos pocos años más. Me pasa la vida montando ejercicios de gimnasia. Y mi hija va por mi mismo camino. Igual de mal, por cierto. En lo que definitivamente no ha salido a mí es en que la coleguita iría maquillada y con tacones todo el día como una Suri Cruise cualquiera. Y eso no es mío. Yo no me maquillo así me maten y claro, cuando me viene y me dice (palabras textuales) «anda, mami, maquíllame como una puerta» pues no sé cómo decirle. Por lo menos no me dice «maquíllame como una pilingui cualquiera», que viene a ser lo mismo… A ésta le das brillito, le pintas los ojos y es la tipa más feliz del mundo. Y yo por el maquillaje, paso (que al fin y al cabo, no le hace daño a la salud ni nada por el estilo), pero por los tacones ni de coña.
A esta mayor le gusta más un espejo que a la Madrastra de Blancanieves. En cuanto te descuidas ahí la tienes, gustándose. Estoy creando una pequeña fashionista, claro que sus gustos son un poco… dudosos. A mí ya sabéis que lo de los brillos y los rosas me matan. Y llevaría a la puñetera Hello Kitty tatuada si la dejara.
Pero el «must have» que triunfa en mi casa relacionado con la moda son los leggins. Cuando yo era pequeña no se llamaban así. Los que eran cortos se llamaban pantalones ciclistas o ciclistas a secas. Y si eran largos, eran mallas. Ahora vienen a ser lo mismo, pero se llaman leggins, que es mucho más glamouroso, dónde va a parar. El caso es que no sé si estarán de moda o no, pero a mí me parecen el invento del siglo. Son ma-ra-vi-llo-sos. Gracias a los leggins puedes estirar la ropa mucho más tiempo. Tú le compras un vestido, larguito. Primero, lo llevas así, y conforme se le va quedando pequeño, pasamos a la moda cortita, a ras de culete (que con estas edades queda muy simpático, no os cuento lo gracioso que quedaría en mi culo tamaño porta-aviones) y cuando ya está empezando a ser un poco pornográfica la cosa ¡zasca! le plantas unos leggins y vuelve a ser trendy. ¡Menudo chollo! Mencía con año y medio está llevando un vestido de 9 meses. Antes era vestido, ahora es camiseta larga. Y con unos leggins. Viva la madre que los parió.
Además, Aldara es la pera. Tengo yo la culpa, vale. Hasta los 25 no llevé, como quien dice, un pantalón ni medio. Mis amigas me veían con un chandal y me aplaudían. No os diré más. Así que como comprenderéis, muy fan de vestir a mis hijas con pantalones no soy. Pues Aldarita me ha salido corregida y aumentada. No lleva pantalones, ni faldas. No, no, no. De ninguna manera. Esta mañana le hemos hecho un pressing catch psicológico mi madre y yo a ver si la convencíamos para comprarle unos pantaloncitos vaqueros monísimos utilizando nuestras peores artes. Somos lo peor. Le hemos refrotado la Kitty, le hemos hecho chantaje con un cinturón lleno de brillos y con la gata en la hebilla… y no ha colado. Los únicos pantalones que se ponen son los leggins. Eso es chufa. Qué tía.
Y os preguntaréis ¿Qué narices hace una foto de Napoléon Bonaparte ilustrando el post? Podría ser porque algunos le llaman «Le petit cabron». Pero no. En realidad tiene que ver con Mencía, que últimamente ha cogido la costumbre de meterse la mano exactamente como el Alonsenfants. Supongo que tiene que ver con su fascinación con el ombligo. Igual que a su hermana le daba por comerse las toallitas para el culo (sic), a ésta le da por tocarse la tripa. Eso a ella, a mí me toca las narices. En sentido literal y figurado. Esta mañana, no me preguntéis como, ha amanecido con el saquito de dormir al revés. Lo de delante atrás. Más pichi que para qué. A las 7 de la mañana ha abierto el ojo, ha gruñido y como tiene un pito que ni la Caballé y no eran horas, nos la hemos llevado a la cama con la esperanza de que tras desayunar caería como un leño. ¡Ja!. Despertar a mamá es mucho más divertido
Era una lucha encarnizada, porque ella tenía mucho interés en levantarse y yo ninguno. En realidad mis intereses personales iban más bien hacia el lado de fundirme con la almohada un ratito más. Así que yo me giraba y ella trepaba por mi culo hasta ponerse encima de mí. Entonces empezaba con la técnica de «meto dedo en la nariz y te acaricio la amígdala». ¡Quita, bicho! Le hago la cobra y me giro para el otro lado. Entonces empezamos a intentar girar la cabeza de mamá y comenzamos con el chantaje emocional. Esta vez son besitos. La ignoro. Y entonces empezamos con la artillería pesada: vamos, directamente a lisiar a mamá a ver si por el dolor la despertamos. La guerra es la guerra. A mamporrazo limpio. Y claro, al final, visto que no me voy a dormir ya ni de coña (marinera) y que como tarde en levantarme mucho va a peligrar mi integridad física, me levanto.
Y en ese momento pienso que no hay nada más bonito que ser madre, excepto no serlo…