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Maternidad

Ser madre. Una experiencia para toda la vida

Ser madre es una de las experiencias más brutales de la vida. Por más que tienes nueve meses para irte haciendo a la idea no conozco a nadie que llegado el momento no haya sentido cierto miedo, que no se haya preguntado si está preparada realmente, si va a poder con ello, si es capaz. Incluso a veces, entre empujón y empujón en el momento del parto no dejas de planteártelo.

Cuando te dan por primera vez a ese fardo que es tu hijo, no puedes evitar mirarlo con sorpresa. Aunque ha estado contigo mucho tiempo e incluso algunos han podido hacerse a la idea de cómo es gracias a las innovadoras ecos en 3-D y 4-D, nadie está preparado para lo que de verdad es. Yo era incapaz de imaginármela. Era un «ente», algo a lo que querías sin saber, así como «por defecto». Le quieres, aunque no le conozcas y sufres ya cuando está en tu interior para que no le pase nada malo. Ya es tuyo. Ese y no otro es tu bebé. Pero cuando nace y le ves por primera vez es una sensación rara. Compruebas que tiene de todo, que efectivamente viene de serie con lo que tiene que venir (dos ojos, dos manos, dos pies, diez dedos en cada extremidad…) y luego tomas conciencia de que ya no eres la misma. Es más, que nunca vas a poder ser igual.

Mis dos hijas en 2012
Mis dos hijas en 2012

Tengo una amiga con la que bromeamos habitualmente sobre el chip «madre versión 5.0» que a todas nos insertan en el momento del parto. En ese momento, dejas de ser tú la primera en tu escala de prioridades para pasar a estar en un segundo plano irremediablemente. Hasta entonces, por más que tengas pareja y quieras su bien, nunca has experimentado lo que es querer sin ningún tipo de condición. A mi marido lo adoro, lo quiero con toda mi vida y deseo con todas mis fuerzas pasar los años que me quedan por delante junto a él. Le quiero. Pero como quiero a mi hija nunca podré quererle a él. Le querré de manera diferente, y mucho sin duda, pero no de una manera tan altruista. A mi hija podría perdonarle cualquier cosa…en cambio con tu pareja estableces límites de aguante. Lo cierto es que me resulta muy difícil de explicar sin que penséis que a mi marido no le quiero… es que no es eso. Querer a mi pareja es una ELECCIÓN, y como tal, puede cambiarse. Le quiero porque estoy muy a gusto con él, porque me cuida, porque me hace sentirme feliz, porque la vida con él es mejor y porque he decidido que estar con él me aporta muchísimas cosas. En cambio NO ELIGES querer a tu hijo. Le quieres y punto. Por encima de todas las cosas, pese a lo que te pueda hacer, a pesar de las perrerías, de las noches de insomnio de preocupaciones. El amor hacia un hijo, al menos según yo lo veo, no se cuestiona. Es así y ya está, y por ser capaz de soportarlo todo es más grande. El amor hacia una pareja es quizás más profundo, porque no es tan visceral como pueda ser el de un hijo. El de la carne de tu carne es un amor primario, animal, instintivo, en cambio el de tu pareja es un amor secundario, elaborado y por tanto quizás, más profundo, que nace de una mezcla de sentimientos y cabeza. No sé si me he explicado o me he metido en un barrizal yo sola. Creo sin embargo que los que tengáis hijos lo entenderéis.

El caso es que tu vida cambia y ya no hay paso atrás. La primera pregunta que te haces es ¿y después del hospital qué? ¿En serio saben lo que hacen cuando te dan a esa cosita tan pequeña e indefensa? ¿Me las sabré apañar yo sola? En el fondo ese tiempo que estás en ese oasis en medio de la incertidumbre no deja de ser sino un impass, un punto intermedio entre la incomodidad de la barriga, que al final se acaba haciendo difícil de llevar y la cruda realidad que te espera en tu casa.

Echando la vista atrás para mí (y sólo para mí, nunca hablo de verdades absolutas), esos tres o cuatro días de adaptación a tu hijo en la clínica vienen estupendamente. Quizás por eso yo (y vuelvo a decir, y sólo yo) no me plantearía un parto en casa porque no hay ese paso intermedio que para mí fue importante y necesario. La experiencia de un segundo hijo tiene que ser muy diferente. Para empezar porque no te pilla de nuevas, sabes muchas más cosas, has vivido lo que realmente implica la maternidad, sus pros y contras y en general me da la sensación de que estás más preparada anímica y físicamente. Por supuesto tener a tu primer hijo danzando por la casa supone una dificultad, pero no lo es menos la logística que conlleva apañártelas para que alguien lo cuide mientras tú estás ingresada. Así que así tal vez sí que sea «más mejor» para todos pasarlo en tu ambiente, en tu sitio. Pero ya os digo que esto no deja de ser una opinión personal, y que respeto profundamente al que no opina como yo.

En el hospital tienes una oportunidad única de irte haciendo a ese ser que te necesita a ti como a nadie más. Muchas veces se habla del dolor del parto, pero no tantas del dolor o malestar que experimentarás después. Quizás sea porque la inmensa alegría que sientes de ser madre es mucho más efectiva que cualquier calmante. Yo no he experimentado una cesárea, así que no puedo hablaros en profundidad de lo que se siente. Mi parto fue un muy buen parto, muy rápido y apenas doloroso. Lamentablemente, como 8 de cada 10 españolas, no me libré de la episiotomía. Así que así este es el marco en el que podéis situar mi experiencia.

Pese a que mi parto fue sencillo y no hubo tiempo de mucho (llegué con 6 centímetros de dilatación al hospital y en apenas hora y media desde mi llegada dí a luz), dar a luz es cansado. Yo estaba como una rosa, pues apenas tuve que aguantar 6 horas de contracciones, desde la primera hasta el parto, e incluso recién parida llamé a alguna amiga mía y gente de mi foro (mis niñas… cómo me entendían)… pero veo las fotos y a pesar de que mi sensación era de que estaba estupendamente, ese «estupendamente» es muy relativo. Es estupendamente comparado con otras parturientas. Es el mismo estupendamente que cuando corres una marathon y después no sólo no te mueres de agotamiento sino que te vas a tomar una cervecita para celebrar haberlo terminado. Estás cansado, hecho polvo, pero no es nada respecto a cómo podías estar. No sé si me explico. Dar a luz es cansado, puesto que requiere un esfuerzo físico importante y normalmente has llegado hasta el final del embarazo mal que bien, con falta de sueño, tal vez con ciática, cansada… o sea, que no pares un día que estás en plenas facultades.

A mí cuando me subieron a mi habitación llevaba un chute de hormonas (naturales todas) importante y estaba exultante. Eso ayuda mucho porque todas las energías las canalizas hacia un punto de vista positivo. Lo primero que te llama la atención es porqué no te ha dicho nadie (o si te lo ha dicho, porqué demonios no has prestado la atención suficiente) que ibas a sangrar como un auténtico cerdo. Lamentablemente, la visión del parto que casi todos tenemos es o bien el parto de Melania Wilkes en lo que el viento se llevó (traed sábanas para hacer tiras y agua caliente), o bien la visión que se da en las películas, que suele cortarse en el momento en que el niño sale todo mono de dentro de la parturienta. Para empezar, los niños, por muy monos que nos parezcan, realmente NO LO SON. Los niños que salen en las películas rara vez están sucios, o amoratados, o tienen los ojitos hinchados… y lo que te encuentras es que el tuyo es así. El trabajo del parto es cansado para ti, pero también para ellos y han tenido que hacer un esfuerzo de titanes para salir, así que extrapola tu situación a la de ellos. ¡Son unos campeones!

Pues eso, que después de dar a luz, se sangra muchiiiiisimo. Cada cierto tiempo tienen que venir a limpiarte y a cambiarte la compresa. En ese momento entiendes el porqué de esos compresones que te has comprado porque te han dicho que tenías que hacerlo, que recuerdan a las primeras compresas industriales que llevábamos cuando éramos adolescentes. ¿Os acordáis? Siento ser explícita, pero también es normal echar coágulos enooooooormes. En serio, a mí me sorprendió muchísimo, y eso que otra cosa no, pero leer e informarme un montón! También tendréis entuertos que son los movimientos del útero para volver a su sitio. Son necesarios, pero alguno duele más de la cuenta… sin embargo, esa será la menor de vuestras preocupaciones.

Las molestias o dolor de los puntos variarán mucho en función de varios factores; primero de si es episiotomía o desgarro, segundo, de la profundidad del desaguisado y tercero, de la maña de vuestro tocólogo al coseros. Personalmente, no puedo quejarme (sí que puedo quejarme de que se haga por sistema, pero no ese el tema), porque a mí no me dieron demasiados puntos y cicatrizaron a la velocidad del rayo. Al día siguiente, y porque antes no me dejaron, ya estaba yo pasillo arriba pasillo abajo caminando. Id preparadas para todo, de todas maneras. Es una cicatriz en una zona muy incómoda, y por más que estés fantásticamente bien, como era mi caso, sí que es cierto que las primeras veces que vas al baño aquello es como muy raro. Tienes la sensación de que se va a descoser en cualquier momento. Entre eso y que estás sangrando como he dicho antes, cada vez que vas al baño es un poco odisea. Y como he dicho antes también, el fantásticamente bien es relativo. Yo andaba, y lo hacía bien, pero parecía una viejita al paso de la burra. No os sorprendan estas cosas. Es que a veces nos hacemos ideas equivocadas.

La principal ventaja de estar en un hospital es que te lo dan todo hecho. Tú estás cansada y lo que menos te apetece es ponerte a lavar, a guisar, a limpiar y recoger. Así que pensad en la experiencia como en la de un hotel. ¡Eso que te ahorras! Uno de los principales miedos que se tienen es a cómo manejar el tema de las visitas. A mi modo de entender, lo importante es establecer unos límites. Recordad que SOIS VOSOTRAS las que tenéis que ponerlos, que ahí estáis para que os cuiden y vuestra pareja tiene que entender que para ti es un momento en el que has vivido algo duro, que estás aprendiendo a ser madre y que estás acostumbrándote a tu hijo. Su papel es apoyarte en lo que decidas. Más que nada porque, si lo pensáis, en el fondo sobre lo que se decide es sobre tu cuerpo.

Me explico; para mí hay dos cuestiones fundamentales. Una, si realmente quieres tener visitas en el hospital y si puedes tenerlas, y dos, la cuestión de dar el pecho en público. Ambas dos no tienen una respuesta cierta, sino que entra en juego más lo que desees. Respecto a lo segundo, tan respetable es que quieras como que no, o que tú selecciones con quien sí y con quien no. En mi caso no era una cuestión de pudor (al menos no frente a todo el mundo, personalmente no me hacía ninguna ilusión que concretamente mi suegro estuviera presente), sino más bien de intimidad. Yo era muy consciente de las dificultades de la lactancia, y no quería sentirme presionada por varios pares de ojos escrutando si lo hacía bien o mal, o dándome consejos. Quería intentarlo yo sola. Así que sin cortarme ni un pelo mandaba a todo el mundo fuera. El tacto no es mi fuerte, así que ya me había encargado de decirle a todo el mundo qué pensaba al respecto con anterioridad, para que luego no se llamaran a engaño. Y al que le molestase, dos problemas tenía, enfadarse y desenfadarse.

En el tema de las visitas, mi postura era sencilla; si me encontraba bien, cuantas más me «quitara de en medio» en el hospital mejor… pero si me encontraba mal ya apechugaría con las consecuencias después. Yo no sólo me encontraba fresca como una lechuga, sino que tenía unas enormes ganas de contarle a todo el mundo mi experiencia, así que agradecí todas y cada una de las visitas que me hicieron. En vista de mi estado, le dije a todos los interesados que podían venir, que eran muy bienvenidos. Como con lo otro, ya había avisado antes de cuál era mi postura, así que no le sorprendió a nadie.

Sopesad si queréis visitas en un sitio o en otro; yo la principal ventaja que le veía a recibirlas en el hospital era que todo el mundo entiende que estás dolorida, así que no están mucho tiempo, no se alicatan en el sofá y no tienes que sacarles unas cervecitas mientras miras el reloj esperando que se vayan de tu casa. En el hospital, todo va como la seda, y las indirectas se las toman mucho mejor que en casa.

De todas maneras, y esto es un consejo para los que no sois padres, salvo que la recién parida sea muy cercana (bien de familia o de amistad) o que os exprese sinceramente que desea que la vayáis a visitar pronto, dejad pasar los días. Yo entendía perfectamente que quisieran ver a mi hija, pero ellos no parecían entenderme a mí cuando decía que necesitaba tranquilidad. No lo digo por los días en el hospital, que como digo, fui yo la que les pedí que vinieran, sino más bien por los posteriores. Pensad que ella os responde de mil amores, que está agradecida de verdad de que os preocupéis por ella, pero que cuando recibes del orden de 15 llamadas todos los días, contando lo mismo, y varias visitas todos los días de la semana, al final te olvidas de la buena voluntad del que lo hace y te acuerdas de toda su familia cada vez que suena el teléfono o el videoportero. Si de verdad os preocupa ella, lo mejor que podéis hacer es dejarle espacio y mandarle algún mensaje para que sepa que os preocupáis… probablemente lo agradecerá más y en cuanto pueda os llamará. De verdad, es que esto no se sabe hasta que te pasa…

Por otro lado, en el hospital no todo es de color de rosa y a poco belicosas que seáis os tocará discutir con alguien. Yo me había empeñado en que no le dieran ningún biberón «de apoyo» ni suero glucosado porque quería establecer bien la lactancia materna. Me miraron mal, y no sé qué harían a mis espaldas, pero fui firme al respecto. Y en serio que en ese momento lo que menos te apetece es discutir con nadie…

Y llega ese día en que te dicen, ea, pa casa. Esos días has estado muy ocupada haciéndote a la idea del bebé, yendo de una cosa a otra, recibiendo visitas y llamadas y de repente, toca volver a la realidad. Te sientes un poco como en una montaña rusa cuando estás a punto de bajar. Por un lado tienes unas ganas horribles, pero por otra no terminas de estar al cien por cien de tus posibilidades porque el parto está muy reciente.

Nosotros contamos con la inestimable ayuda de mi cuñado. Por experiencia os recomiendo que además de tú y tu pareja contéis con un chófer o bien, si os apetece vivir el momento más solos, que también hay gente que así lo quiere, que simplemente haga de «mozo de cuerda». ¡Hay que ver la de cosas que pueden acumularse en una habitación de hospital en cuatro días! en mi caso, mis padres y marido se habían ido llevando cosas, y aún así aquello parecía una segunda residencia. Así que explotamos vilmente a mi cuñado para que nos ayudara con los trastos y nos llevase a casa.

Llegas a casa, y con ello, el momento de estrenar todas las cositas que con tanto amor habías ido preparando para tu bebé. Se te hace rarísimo que ese momento de verdad haya llegado… por más que tenías un tripón que llegaba de Madrid a Cuenca, parecía que aquello estaba super leeeeeeeeejos. Y de repente te ves con el bebé ahí.

Tengo entendido que es bastante normal que muchos bebés que en la clínica eran auténticos santos y que no lloraban nada y que dormían como lirones de repente cambien. Mi madre siempre cuenta que eso fue así conmigo. De repente muté! Así que no cantéis victoria demasiado pronto sobre el carácter de vuestro vástago hasta llevar unos días en casa o algunos desearéis haberos tragado vuestras palabras. Pensad que en los pocos días de vida de vuestro hijo, ha experimentado un montón de cosas duras. Ha tenido que pasar por el parto, aprender a respirar, a comer, a conocerte y que estaba habituado a la clínica y de repente, bum, sitio nuevo, cama nueva, todo nuevo. Si a los mayores nos pasa que cuando nos vamos de vacaciones nos cuesta un tiempo habituarnos a nuestra nueva residencia temporal, imaginad a ellos.

Los primeros días son los más difíciles con diferencia de todos los que viviréis en la primera infancia de vuestros hijos ¡otro cantar será cuando empiecen a ser adolescentes, que supongo que hasta los echaremos de menos!. Al principio no sabes muy bien porqué llora el churumbel. No os preocupéis; en cuatro días seréis capaces de detectar cualquier matiz. Dicen que han sacado un aparato capaz de diferenciar los tipos de llanto del bebé. No los considero nada útiles; tal vez antes de parir lo hubiese comprado, muerta de miedo de no saber, pero fijo que a los tres días lo hubiese aparcado. Lo sabes. No sabría explicar como, pero lo sabes. Y sino, siempre está el mira culo-piensa en hambre-piensa en sueño-piensa en incomodidad- piensa en necesidad de ti. Si el niño llora es porque necesita algo. Lo que sea. Luego entra a valorar si crees en conceptos como «se acostumbra» o «le intento cubrir sus necesidades siempre, sean las que sean» y actúa en consecuencia. Para mí es tan lícito lo uno como lo otro. Pero saber por qué llora, lo sabes.

También te preocupa saber si el niño está malito. Por lo general el llanto es distinto, así que sí, tu superpoder de madre te hará detectarlo. Por otro lado está el hecho de vivir mucho más asustada que hasta el momento: ves a tu hijo tan indefenso, tan chiquitín, que desarrollas terror a que se pueda poner malito. Os prometo que yo nunca he sido especialmente hipocondríaca, pero ser madre lo cambia todo. Por primera vez eres plenamente responsable de alguien, y todas tenemos tantas ganas de hacerlo bien que es inevitable preocuparte en exceso. He de deciros que con el tiempo se atenúa; te vuelves más experta y afrontas sus baches (tanto de enfermedades como de alimentación) mucho más segura y firme, pero yo creo que nunca desaparece del todo. Pienso en mi madre que lo pasa peor con mis enfermedades que con las suyas y me reafirmo en ello. Nunca volveréis a dormir sin ninguna preocupación, pero aunque es duro como concepto, en el fondo es porque QUEREIS con mayúsculas así que no deja de ser bonito.

No me voy a extender con el tema cambiar pañales porque a los tres días seréis capaces de hacerlo con una mano atada a la espalda y sin mirar. Seréis expertos. Esto no debe preocuparos en absoluto! El baño también es algo que suele preocupar mucho al principio porque los ves tan frágiles que tienes terror a romperlos. Los niños son mucho más fuertes de lo que nos pensamos y no se rompen así como así 😉 Pasad una mano de manera que quede la cabecita apoyada en el antebrazo y la mano sujete el culete y tened la otra libre para enjabonarles. En serio que es mucho más fácil de lo que parece. Lo importante es hacerlo sin miedo; en este momento de sus vidas es cuando menos se mueven, así que para cuando venga lo complicado (momento tsunami) ya seréis auténticos expertos. Hay pediatras que recomiendan bañarlos desde el primer día, cuidando secarles bien el ombliguito antes de que se caiga. Otros en cambio, prefieren esperar a que este caiga. Haced lo que queráis. Yo preferí esperar, pero la otra opción también es buena.

La cura del ombligo, a mí, personalmente era de las cosas que más desagradables me resultaban. Pero mirado por el lado positivo, tampoco son tantos días y al fin y al cabo es tu hijo. Hay niños a los que se les cae prontísimo y otros a los que tarda mucho. Esto es un poco lotería, así que no hay mucho que hacer.

Elegid el tipo de lactancia que queráis para vuestros hijos de una manera consciente y no dejéis que os toquen la moral con vuestra decisión. Es la vuestra, así que es buena, sea cual sea. Si es la lactancia artificial, no hay que ser ningún pitágoras para saber hacer un biberón, así que no me extenderé. Si es materna, sed conscientes de que es difícil y que tiene sus trabas. Leed, informaos, id preparadas mentalmente para lo que se avecina y fijad un límite de aguante. Que queréis darla a toda costa y tenéis problemas? Buscad a quien os ayude, sea donde sea, matrona, liga de lactancia, amigas, libros. Que sea alguien que realmente ayude, sobre todo. Y si vuestro límite está más abajo, no os torturéis innecesariamente si veis que no podéis. Luchad mientras tengáis fuerzas, pero cuando no las haya, no penséis que sois peores madres o mejores. El serlo más o menos no se mide en función de la leche que sale de vuestros pechos. Hagáis lo que hagáis, si tomáis decisiones conscientes, estáis haciendo lo correcto. Esto vale para todas, para las que dan pecho un mes, seis o tres años, y también para las que optan por el biberón. Todas las decisiones son respetables, no dejéis que os linchen por haberos decidido por algo.

Otra cosa que suele preocupar a los padres son los dichosos cólicos. Tomar leche materna suele minimizarlos, pero al final, acaba siendo una lotería en la que más vale que no resultes premiado. Afortunadamente Aldara no ha tenido, así que sólo daré tres consejos que a otras les han funcionado: 1) Prueba a darle masajes en la tripita.. suelen aliviarles 2) Algunas compis han comentado que Colikind (un preparado homeopático) les ayudaba.. 3) Ármate de paciencia y piensa que gracias a Dios, a los 3 meses pasan de manera radical en la mayor parte de los niños. Tiene que ser durísimo, pero pasa. Ánimo.

Adaptarse a ser tres (o cuatro, si hay gemelos) es difícil. La relación con tu pareja probablemente cambiará. A mejor o a peor, dependerá de vosotros, pero no será la misma seguro. Ser padres une o desune, depende… es un hecho que dejas de tener tiempo para ti y mucho menos para tu pareja, pero tienes que intentar hacer valer la máxima de «poco tiempo, pero de calidad». Lo más probable es que los primeros días te veas envuelto en un marasmo en el que los minutos, los días, pasen sin apenas darte cuenta y que de repente te encuentres con que ha pasado mucho tiempo y no te hayas ni dado cuenta. Es normal. Apóyate en tu pareja porque los primeros días son difíciles y necesitas ayuda. Hazle partícipe. Aunque no haga las cosas del todo bien, déjale intentarlo y hazle sentir que la maternidad es importante, pero la paternidad también. Evitarás así los celos, el que se sienta desplazado etc. A algunos hombres les cuesta involucrarse y a veces sentirás que estás un poco sola. Si las cosas van mal, házselo saber. Hablar siempre ayuda.

La maternidad es algo precioso, pero también terriblemente duro. Experimentas un montón de cambios, algunos físicos, otros emocionales, tienes que asumir nuevas responsabilidades y todo ello no es fácil. Algunas lo vivimos con alegría desde el primer momento y nos resulta más sencillo tirar para adelante, pero a otras les cuesta. No tengas miedo de asumir que puedas tener una depresión postparto. Esto es bastante más común de lo que pensamos y no pasa nada. Cuanto antes te des cuenta, antes podrás solucionarlo. Así que pide ayuda si no puedes con ello. Y sobre todo, no pienses que eres rara porque no es así. Eres la mejor madre que puede tener tu hijo, y aunque a veces te supere, LO HACES BIEN y tu hijo te quiere. ¿Quien dijo que fuera fácil?

Por último, que ya me he extendido un montón y no sé quién habrá sido capaz de llegar hasta el final, acostúmbrate a oir la frase «es normal». Es la preferida de todos los pediatras. Casi todo es normal, hasta que deja de serlo!

Espero haber sido de ayuda a alguien. Muchos besos y enhorabuena a quien esté a punto de vivirlo.

Por Walewska

Madre de dos niñas. Gafapastas. Cuqui de barrio. Me gusta tomarme la vida con humor. Cuando tengo un rato libre me abro un blog. Escribí Relaxing Mum of café con leche. Me gusta andar descalza, creo que los postres sin chocolate no son postres y soy compulsiva en todo lo que hago.

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