Cuando tienes un hijo oyes con inquietud eso de “Nunca lo compares con otro” … y tú, que quieres ser buena madre a toda costa haces todo lo posible por no hacerlo, no vaya a ser que se traumatice de por vida y que cuando tenga veinte años tengas que dejarte el sueldo en el psicólogo. Bueno, pues ni tanto ni tan calvo…

A ver: partimos de la base de que somos humanos. La teoría es estupenda: cada uno a su ritmo. Te lo intentabas aplicar tú cuando veías que a ti te costaba dios y ayuda hacer esos problemas de matemáticas y en cambio tu amiga de turno las hacía con un brazo atado a la espalda y en dos minutos. Intentabas que no te afectara tener la cara llena de granos y tu amiga tenía el cutis como el culito de un bebé. Te esmerabas por que no te afectara que el resto corriera mucho más rápido que tú, metieran más canastas que tú o tuvieran una elasticidad como si fueran de goma. Y tú terminabas sudada como si acabaras de salir de la sauna (y habías corrido 60 metros), no metías una ni a minibasket y el espagat (ahora conocido como split) daba pena verlo. Seamos serios: todos nos comparamos. En una cosa o en otra. Así que con nuestros hijos, por más que lo intentemos vamos a hacer probablemente lo mismo.
Si tenemos hijos, no nos engañemos, la comparación es inevitable. Los compararemos con sus amigos y si tenemos más de uno entre ellos. Intentar evitarlo (sobre todo en gente muy competitiva) es difícil.
Yo creo que el secreto no reside en no hacerlo, sino en darle la importancia que realmente tiene. Es decir… todos tenemos ojos. Y si Menganito le saca una cabeza a tu niño, es inevitable no darse cuenta. ¿Pero tiene importancia? No, ninguna. Hay que relativizar.
Tengo dos hijas. Y a pesar de que tienen el mismo padre y la misma madre, no pueden ser más diferentes. Aldara ha sido una niña grande desde que nació. Mencía hasta hace cuatro días no podía ser más minipún. Competían en distintas ligas. La una estaba arriba en los percentiles y la otra en los de abajo. ¿Me daba cuenta? Por supuesto. ¿Me daba mal? Pues no. Y como eso, son distintas en miles de cosas.
Yo claro que las comparo. Al fin y al cabo, Aldara es mi referencia porque yo no tengo más mayores y en mi cabeza, sus logros, sus medidas y sus reacciones son mi tabla de comparación. Igual que el pediatra mira y observa en las tablas de percentiles si se ajusta a los límites normales, igual que te pregunta si hace esto, lo otro o lo de más allá porque a esas alturas se supone que la mayoría lo hacen, yo la comparo con lo que conozco, lo que tengo en casa. Porque es lo que he vivido. Pero, como en todo, la cosa tiene unos márgenes de lo razonable. Y si llevo cuenta mental de si esto lo ha hecho antes o después es únicamente como referencia interna.
Nuestros hijos no lo van a hacer todo a la par. Ni respecto a los hermanos, ni respecto a otros niños. Habrá cosas en las que vayan más adelantados, y otras que les cuesten más. Ya está. Si se tiene esto asumido, no pasa nada porque los comparemos porque será una comparación sana. Simplemente nos servirá para saber en qué punto del crecimiento, físico y mental, esté. Y si hay algo preocupante, ya nos daremos cuenta. A veces por no comparar nada, caemos en el punto contrario. Hay cosas que SÍ deberían saber hacer, cosas en las que van retrasados y no son normales. Si no comparamos, no podremos detectar estos problemas tampoco. Vale, son los menos casos, pero los hay.
Yo no creo que haya nada malo en la comparación, pero sí en la competitividad. Eso es lo que sí que me parece pernicioso. Pienso en nosotros mismos, adultos. A mí me gusta saber qué hacen mis compañeras, porque igual hay cosas que yo podría hacer mejor y simplemente no sé. Comparando aprendo cuales son mis puntos débiles, mis talones de Aquiles. Y habrá cosas que podré cambiar y otras que no. Yo seguiré siendo un paquete toda mi vida en la cuestión de las matemáticas, pero igual hay algo en lo que puedo mejorar para no ser “tan” mala. Obviamente, no seré tan buena como la que siempre ha tenido facilidad, pero sí que puedo mejorar cosas. Me comparo buscando cambiar las cosas que son mejorables… e intento aceptar las que no lo son. Intento superar mis límites, pero éstos, por definición, serán distintos a los de mis compañeros porque todos tenemos nuestros puntos débiles y nuestros puntos fuertes. Y yo puedo ser malísima con los números, pero en cambio ser mejor en la parte verbal. Pues a sacarle partido.
Lo que no es sano es competir en todo. Porque además nos vamos a dar un batacazo. Habrá cosas en las que nosotros sobresalgamos, y nuestros hijos también. Y otras en las que habrá otros que les sobrepasen, o nos sobrepasen a nosotros. Aprender a vivir con ello es importante. Quiero decir, que intentar ser el número uno en todo no es viable y nos generará mucha ansiedad porque no lo vamos a poder conseguir. Hay que vivirlo todo con mucha más tranquilidad.

Creo que comparando nos conocemos a nosotros. Aprendemos a identificar las cosas que hacemos bien, mejor que el resto, y también las cosas en las que los demás nos ganan. Saber que hay cosas en las que somos buenos (sea lo que sea) nos refuerza la autoestima: hay cosas para las que valemos, no somos un desastre en todo. Y aprender a asumir que hay cosas en las que nos van a superar sí o sí, creo que también es bueno porque nos hace crecer y estimula nuestra capacidad de superación. Lo que no tenemos que hacer es quedarnos solo con lo bueno, creernos los reyes del mambo, ni caer justo en lo contrario, en pensar que no hay nada en que destaquemos. Como en todo, en el justo medio está la virtud. Tenemos que querernos a nosotros mismos, potenciar lo bueno que hay en nosotros (y siempre hay algo) e intentar mejorar lo mejorable. Porque vamos a vivir con nosotros toda nuestra vida y si no nos queremos nosotros, quien nos va a querer.
Volviendo al tema de los hijos, porque lo que he dicho hasta ahora es aplicable igualmente a los adultos, yo sí que comparo a mis hijas. Ahora bien, intento que sea algo positivo. Refuerzo las cosas buenas, y las negativas intento darles la vuelta y espolearles para que se esfuercen en cambiarlas. Ayudarlas, en vez de hacer caer el peso de la comparación sobre ellas.
Cada niño es distinto, y los que tengáis dos seguro que ya os habréis dado cuenta. Y esto no es ni bueno ni malo, es que es así, sin más. No os agobie que lleven distinto ritmo. Es bueno ser consciente de ello para poderlo relativizar y darle la importancia que tiene. Que es más bien poca.
A mí me hacía gracia cuando decía que Mencía era más bien tirando a pequeña que indefectiblemente alguien me decía “pero no pasa nada, ya crecerá”. No, si yo eso lo sé. Lo sé y no sólo me no me preocupa, sino que estoy encantada de la vida. Mencía iba básicamente en fular, así que cuando más pequeña y más manejable fuera, mejor para mí que tenía que cargarla. Pero parece que no ser la más grande sea un problema. Algo similar me sucedía con la cabeza de Aldara. Siempre ha tenido un perímetro cefálico considerable. Se salía de todos los percentiles por todos los sitios. Y le decíamos a mi padre que mi hija tenía la cabeza grande y se indignaba por eso, que cómo podía decir eso. Por más que le explicaba que no se trataba de percepciones sino de pura estadística se indignaba. Cuando a mí no me preocupaba lo más mínimo.
Y es que a veces nos obsesiona tanto no comparar con otros, que tapamos la realidad. Cosa que ni me gusta, ni lo veo sano. Mi hija mayor tenía la cabeza grande y la pequeña era tirando a pequeñaja. Empeñarme en ver lo contrario sería engañarme a mí misma y a ellas. Saber qué es lo que hay, con la mayor objetividad posible te ayuda, uno, a cambiar lo que quieres / puedes cambiar, y dos, te ayuda a aceptarte tal y como eres. Sinceramente no creo que sea de ayuda para nadie pensar que mi hija es Tachenko … porque más tarde o más temprano acabaré dándome cuenta de que no. Y si me he creado unas expectativas a juego con eso (que va a triunfar en el baloncesto) pues el bofetón que me daré cuando la realidad me ponga en su sitio será de órdago. Más delito tendré si encima esas expectativas se las he traspasado a la peque, que sufrirá por no estar a la altura, nunca mejor dicho. Ahora, de ahí a preocuparme porque no sea alta, va un trecho. Es como es. Y ya está. En esta vida hay altos, bajos, gordos, delgados, niños muy inteligentes, niños con dones para el deporte, críos muy simpáticos, otros que saben escuchar… y habrá “algo” en lo que destaquen. No nos engañemos por otro lado; por muy listo que sea, siempre habrá alguien más listo que él. Y más alto, y más simpático. Así que es importante recalcarle que él es bueno, pero que no se crea mejor, ni menosprecie a los otros por no serlo. Todos somos buenos en algo, y peores en otras cosas, y mejores y peores que nosotros siempre habrá gente. Hay que valorarse en lo que uno vale, con los pies en la tierra.
Así que aunque las comparaciones sean odiosas… en su justa medida nos ayudan a crecer. Es mi punto de vista, al menos.