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Maternidad

Llorona

Nunca he sido una persona especialmente llorona. Es más, nunca he llorado ni cuando se supone que una tiene más o menos licencia para hacerlo. Cuando me casé en vez de soltar el moco iba por la vida como si nada, saludando a todo el mundo, eufórica perdida, saltando y brincando como una loca. Creo que no derramé ni una sola lágrima ¡¡¡inconsciente!!! Tuve a mis hijas y en vez de ponerme a llorar me dio por lanzar besos a todo el mundo, diciendo gracias, gracias, como si en vez de un parto, aquello hubiese sido un concierto y yo la Pantoja. La adrenalina en mí hace cosas muy raras.

llorona

No es que no quisiera llorar… es que no me sale. Por supuesto que en situaciones tristes de verdad arranco a llorar y no hay quien me pare, pero en situaciones intermedias no era yo una persona especialmente sentimental.

ERA. Tuve a mis hijas y muté. Como mutan los virus de la gripe, exactamente igual. Y ahora me he convertido en la tipa más sensiblona del planeta. Estoy hasta el gorro. Más que nada porque yo sé que no está en mi naturaleza y claro, me veo, y en el fondo me parto de risa de mí misma. No me tomo nada en serio cuando me veo anegada en lágrimas haciendo un drama de cosas que antes me hubiesen dejado completamente indiferente.

Ejemplo: no soporto ver en las series de médicos los casos relacionados con niños. Porque además, carajo, qué manía con matarlos. En House, coño, es que son unos sádicos, mueren con una facilidad pasmosa. Y yo me pongo del hígado. Pienso en mis hijas durmiendo como unas benditas en la habitación y me dan ganas de ir a achucharlas. Afortunadamente se me pasa porque anda luego para dormirlas otra vez… pero más de una vez he estado tentada. Cada noticia en el telediario relacionada con niños me duele en el alma. No lo puedo soportar. Lloro y además, lloro de verdad. Porque me duele.

Y luego lloro por estupideces. Porque mira, lo otro, tiene su sentido. Soy madre, me pongo en su lugar y la cosa me afecta. Tengo corazón. ¡Bien! Pero es que hay cosas… que me pongo mala sólo de pensarlo. Lo he contado muchas veces, pero fue antológica la de la inauguración del Mundial de fútbol anterior a este de Sudáfrica (que para que veais lo futbolerísima que soy, ni recuerdo dónde fue) en la que me deshacía en lágrimas viendo el desfile de los antiguos campeones del mundo. Y ahí estaba yo, viendo a los fondones de Brasil del año de la nana, que no sabía ni quienes eran, llorando como una madalena. Pero es que ¡no me gusta el fútbol! ¡no me gusta Brasil! ¡no sabía quiénes eran! Mi marido se hartó de reirse de mí y con toda la razón del mundo. Este mundial seguí llorando. Esta vez no estaba embarazada, pero por lo menos eran los nuestros, que tenía menos delito.

Ahora lloro con las películas. Antes nunca. Pero es que lloro hasta con las de Navidad, con esas que sabes ya lo que va a pasar. Por supuesto, creo que volvería a llorar con Pretty Woman, a la mil vez que la viera.

Me da rabia haberme vuelto tan blanda. Una cosa es no llorar casi nunca y otra es hacerlo a todas horas y sobre todo, por memeces sin importancia. Porque si fuera por cosas importantes, la verdad, no estoy yo a favor de reprimir los sentimientos, sean los que sean. ¿Pero por idioteces? ¿Por cosas que en el fondo me tiran de un pie????

Por favor, decidme que se pasaaaaaaaaaaaa

Foto: Chica llorando vía Shutterstock

Por Walewska

Madre de dos niñas. Gafapastas. Cuqui de barrio. Me gusta tomarme la vida con humor. Cuando tengo un rato libre me abro un blog. Escribí Relaxing Mum of café con leche. Me gusta andar descalza, creo que los postres sin chocolate no son postres y soy compulsiva en todo lo que hago.