Estas últimas semanas por la red he visto muchos artículos sobre la conciliación, sobre el mito de la maruja y otros temas muy interesantes. Como voy como voy, leerlos los he leído y con atención, pero no me da la vida para contestar sobre la marcha. Voy un poco como el tren de la una, o no dejo los comentarios, o cuando lo hago han pasado ya días desde la publicación y claro, el pescado está bastante vendido.
Yo estudié una carrera universitaria. Fui una estudiante muy buena, sobre todo en el colegio (que en mi caso llegaba hasta el COU) y algo menos en la universidad. Sobre todo porque aquello me resultaba tan fácil que me embarqué en veinticinco mil proyectos al mismo tiempo. Mis notas en la universidad fueron más mediocres, pero no es menos cierto que básicamente estudiaba la semana de antes y mientras tanto aproveché para sacarme asignaturas de otra carrera, que hacía por hobby, apuntarme a dos idiomas, trabajar a tiempo parcial y meterme en todo tipo de líos de política universitaria. Jamás he aprovechado mejor el tiempo que en aquellos años, en los que mi semana estaba planificada al minuto. Y por supuesto, saliendo todos los santos fines de semana, como una campeona. Ahora me miro a mí misma y alucino. Ahora no me cunde el tiempo ni la mitad de la mitad.
A continuación estudié un master y tuve la inmesa suerte de colocarme apenas terminé de estudiar. En los tres años siguientes trabajé tanto que llegué a caer enferma incluso, porque, aunque me encantaba lo que hacía, estaba sometida a bastante estrés.
Mi relación con el mundo laboral ha sido siempre un poco de amor-odio. Me ha gustado lo que he hecho, pero he tenido mala suerte. De ese primer trabajo estresante me despidieron precisamente cuando enfermé. Me dieron la noticia, para que os hagáis a la idea, cuando estaba ingresada en el hospital. De mi segundo trabajo me fui yo porque estaba fatal pagado y del tercero guardo un recuerdo bastante horrible. No por el trabajo en sí, sino porque me despidieron cuando me quedé embarazada. O, para ser más exactos, porque me quedé embarazada.
Creo que esto todavía no lo tengo completamente superado. Por supuesto, fuimos a conciliación y hubiéramos ido a juicio si hubiese sido necesario, pero tuvieron el valor de decir que “no sabían que estaba embarazada”. Así que me readmitieron (no les quedaba otra con la ley en la mano), pero yo estuve de baja todo el embarazo. Una baja real, por otro lado. Me enteré que estaba embarazada en urgencias al día siguiente de la primera falta porque tuvimos que ir al darme una lumbalgia de esas que te dejan en el sitio sin poderte mover. Así que claro, este tipo de cosas no suelen mejorar precisamente con el embarazo. Conseguimos que me encontrara mejor, pero con un embarazo tan malo como el que tuve la cosa fue simplemente algo coyuntural.
Así que después de tener a mi hija yo estaba dispuesta a no volver a trabajar si no encontraba algo que me permitiera cuidarla en condiciones. Y esta vez sí que tuve suerte: mi trabajo no es el que más me gusta del mundo pero me permiten organizarme como quiero, trabajo cien horas al mes a repartir, básicamente, como me venga en gana, y estoy a gusto en la oficina.
Y es que después de haberme volcado en los anteriores trabajos y haber currado como una loca, luego resulta que te das cuenta de que al final, no acabas de ser más que un número, que todos somos en mayor o menor medida prescindibles y que el mundo sigue. Así que, como opción personal, lo de trabajar tantísimo se había acabado. Simplemente porque no me compensaba.
Por un lado yo quería disfrutar de mi hija. No la había tenido para que se criase entre guarderías, abuelas y yo verla una hora al día. Para eso, yo, (que cada uno haga lo que quiera, considere, o pueda), no la tenía. Y por un lado, sí, el trabajo puede ser una estupenda manera de realizarse, pero en mi caso yo he descubierto que las carencias de realización que tiene mi trabajo (un trabajo de administrativa, sin más), las puedo suplir de otro modo. En este sentido, el blog, que yo me tomo como si fuera un trabajo más, resulta muy estimulante, porque me permite hacer a mi ritmo, dándome plena libertad y como yo quiero, lo que más me gusta. Que es comunicar, escribir, crear. Para mí es más que suficiente.
Yo trabajo por las mañanas únicamente. Veo a mis hijas al mediodía y estoy toda la tarde con ellas. Y para mí esto no es en absoluto una renuncia. En realidad, aunque a algunas os sorprenda, yo me considero tremendamente afortunada. Por un lado puedo disfrutar de estar fuera de mi casa y relacionarme con adultos de una manera poco estresante por las mañanas, mientras mis hijas están en el colegio. Y por otro disfruto de ellas, estoy presente en sus logros, las veo crecer y hacerse mayores. Para mí es todo un lujo.
No se si es que yo me conformo con poco. Leí a una mamá española en Alemania decir que lo que yo tengo no es conciliación real. Y lo cierto es que su comentario me dio mucho que pensar porque ciertamente en un sentido estricto tiene toda la razón del mundo. Conciliación sería que una mujer pudiera ser jefa, ascender en su trabajo, ocupar puestos de responsabilidad, y no por ello renunciar a ser madre.
Y es que es verdad. En este país parece que trabajar muchas horas es sinónimo de trabajar bien. Y yo no estoy para nada de acuerdo. A veces parece que quedarse horas y horas en tu puesto de trabajo es lo mismo que hacer bien las cosas. Y que si no puedes dedicarle horas sin talento, no vas a poderlo hacer bien nunca. O al menos lo que se espera de ti. Mientras para ascender haga falta tener el culo pegado en el asiento en una oficina diez horas al día, evidentemente no vamos a poder ascender y tener las mismas oportunidades las mujeres. Porque salvo que no tengas hijos, no conozco a ninguna madre que a la que no se le rompa el corazón de ver a sus hijos una hora al día. A pocas les compensa las renuncias que nos piden. Y mientras sigan pidiéndonoslas, seguiremos igual. Es necesario hacer un cambio de mentalidad mucho más profundo.
Por otro lado, a veces leo que muchos padres dicen que con los hijos están al 50% .Y francamente, me pregunto yo si viviré en un mundo paralelo. Porque sí que creo que las cosas han cambiado mucho, sí que creo que la vida en lo referente a paternidad ha evolucionado una barbaridad, sí que creo que los padres cada vez se implican más… pero creo que actualmente en pocos casos estamos al 50%.
Mi marido «me ayuda» mucho. Es horrible la expresión ayudar porque supone que es cosa mía y no lo es. Cada vez hace más cosas motu proprio, pero no nos engañemos, las líneas maestras en mi casa las marco yo. Y no porque quiera, sino porque no queda otra. Están las niñas malas… me pregunta. Hay que llevarlas al médico… por defecto las llevo yo, o en todo caso, si no puedo, la logística asociada la organizo yo. Si hace falta algo, lo compro yo. Suena mucho más exagerado de lo que es… no es que mi marido no haga nada, nada más lejos de la realidad, pero en el fondo es como si asumiera que tiene que preguntarlo todo porque él no es capaz de tomar decisiones importantes respecto a las niñas. Un ejemplo: sus horarios no han cambiado nada, él se sigue duchando tranquilo, desayunando tranquilo, haciéndolo todo a su ritmo. No es que se toque el pie, trabaja mucho, pero el ritmo se lo marca él. Si va a la peluquería no tiene que preguntar a nadie. Para que yo vaya a la peluquería necesito un plan de marketing.
Y ya digo. Mi marido es de los implicados. Conozco otros muchos padres implicados cuyas mujeres vienen a decir exactamente lo mismo que yo. Y no hablo de padres que pasan de todo. No, hablo de gente encantada de tener hijos, que saben que estos años se pasan rápido y que quieren disfrutar de ellos. Pero oigo a sus mujeres decir, jo, es que esta sábado él tenía que hacer algo esta mañana, me he quedado yo con el niño, después de estar con él toda la semana y cuando llega el sábado por la tarde, en vez de ocuparse de él, se sienta a leer un libro. Oigo a madres multitarea que mientras están con los niños ponen lavadoras, tienden, van recogiendo y haciendo muchas cosas y cuando ellos están con los niños, sólo están con ellos. No sé.
No es una queja. Realmente es un margen de mejora que todavía tenemos. El día que vea que el papá, sin preguntar, haya organizado el plan de ataque de la enfermedad del niño, y cuando llegues a casa te diga “mira, el niño está malo, pero ya he pedido hora, he hablado con mi jefe para que me deje salir un rato antes para llevarlo y después lo llevo al cole. Como está pochete, he hablado con mi madre, a ver si se puede quedar con él por la mañana y según esté vamos viendo”, ese día estaremos al 50%. Y tal vez mi entorno sea raro, pero no conozco a ninguno capaz de hacer esto a día de hoy.
En todo caso, sí que creo que por lo menos, en algo sí que hemos avanzado de manera brutal y es en el hecho de que los padres consideran que cada vez más su hijo es tanto su responsabilidad como la de su mujer. Y en cuestión de implicación aunque suene un poco apocalíptico lo que digo, hemos avanzado. Pero es que sinceramente (y eso que ya sabéis que yo tiendo a ser positiva), me parece muy osado decir que estamos al 50% de implicación. Yo creo que a día de hoy, no es verdad, aunque sí que vayamos en este camino. O eso o la gente con la que me relaciono yo es un poco rara. Que todo puede ser.