Todos los niños pasan una temporada en la que se piensan que son indestructibles: a saber, que pueden bajar las escaleras sin bajar los escalones (o sea, “en recto”), que estén a la altura que estén van a caer de pie como los gatos y que da lo mismo darme con la cabeza en la esquina de la mesa que no me hago daño.
El problema es que no son superhéroes. Y claro, cuando intentan hacer como si los escalones no existieran se pegan un porrazo de aúpa. ¡Es lo que tiene!.
En mi caso, Aldara se caía mucho más que Mencía. Básicamente, porque (así entre nosotros) es un poco más torpe que la otra. En cambio Menita parece siempre estar al borde del porrazo, pero la puñetera aguanta muchísimo hasta que se cae. Aldara llevó toda su infancia “más infanciosa” (o sea, hasta los 3 años) un bollo permanente en la frente. Y como siempre estaba ahí, siempre que se caía se daba en el mismo sitio. Gastamos Arnidol por kilos. Por cierto, una maravilla el Arnidol, si todavía no habéis descubierto su existencia ya tardáis.
En realidad, Aldara era mucho más prudente. Mencía es que debe padecer sordera profunda (y nosotros sin diagnosticarla) porque cuando le dices algo, le entra por un oído y le sale por el otro. Ahora estamos en nuestro personal tira y afloja subiéndose a la mesa del salón. Un día se nos abre la cabeza. Pero se lo hemos dicho como mil millones de veces y a la colega le da lo mismo.
¿Peligro, qué es eso?
El caso es que me he acordado de la indestructibilidad de los niños porque el otro día en un centro comercial se me “escoñaron” las dos, a falta de una. Aldara se subió en uno de los caballitos y luego intentó saltar lo más lejos posible para bajar con tan mala suerte que se le enganchó el pie en el reposaídems. Así que se dio un guarrazo de los que hacen historia. La pobre lloraba como una loca, y además se debió hacer daño en el músculo del orgullo porque luego se pegó moñosa toda la tarde. Lo que nos faltaba…
Y Mencía más tarde decidió bajar en recto de un caballito que simulaba un todoterreno. Es decir, que estaba bastante elevado. Cayó de cabeza. Creo. Porque en ese momento estaba haciendo acopio de caramelos para consolar a la otra. Vamos, que me faltaban manos para hacer de madre como dios manda. O eso, o clonarme. Menos mal que a Mencía le das un caramelo y la sobornas rápido. La otra, acepta el soborno pero sigue llorando. Y a ver cómo le explico que el caramelo es para que deje de llorar, por lo menos mientras lo chuperretea. ¡No hay manera! ¡Tienen que estar buenísimos los caramelos llenos de lágrimas y mocos!
Por otra parte, Aldara que va a gimnasia rítmica, como fueron su madre y su tía, está empezando a recordarme sospechosamente a mí misma. Se pasa el día haciendo bailecitos rarísimos, subiéndose a los sofás, pierna pa’rriba, culo pa’bajo, ahora doy una voltereta, ahora pego un brinco. Todo esto, a su rollo, sin música ni nada. Sorprenderme, la verdad, me sorprende poco. Yo hacía exactamente lo mismo. E igual de mal. Así que a ver con qué cara le echo yo la bronca por sentarse despatarrada y con los pies para arriba, apoyados en el respaldo del sofá. Si hasta hay testimonio gráfico de que su madre hacía lo mismo. Así que, por otro lado, sé que se acaba pasando porque yo ahora me siento como las personas normales.
Lo único que temo es que dentro de nada, en cuanto aprenda empezará a hacer el pino por doquiera que vaya. Yo lo tenía prohibido, pero, ilusa de mí, con “cuidado” lo hacía… y claro, mi cuidado era un poco cutre porque tenía la pared llena de pies. Eso sin contar con los golpetazos que daba. Y me creía yo que era discreta. Pues ya os digo, en cuatro días la tengo ahí, dándole. Que de casta le viene al galgo.