Ya os conté que esta Semana Santa no he tenido que ir a trabajar, a ese sitio donde me pagan. Porque trabajar, he trabajado un rato largo. Y también hemos aprovechado para hacer cosas con las niñas que de normal no podemos.
Uno de los días aprovechamos para ir a Ikea. Esto no es precisamente una novedad, porque solemos ir una media de una o dos veces al mes. ¿Y para qué? Pues para nada en concreto. Me encanta la filosofía «kid friendly» de la marca sueca: es un sitio al que da gusto ir con los críos. Al menos aquí en Zaragoza, que es lo que tiene ser de provincias, nunca hay tanta gente como recuerdo haber visto en otras ciudades de España (léase, Madrid y Barcelona) incluso en los días festivos. Hace años de vez en cuando nos gustaba coger el coche y ya que estábamos ahí visitar a Ikea, básicamente por vicio. Ahora que lo tenemos más a mano, las visitas se han multiplicado hasta el infinito y más allá.
Mira que a mí las albóndigas (y en general, cualquier cosa con carne picada) ni fu ni fa. Pues me comería un cargamento en el restaurante sueco. Soy de las que va a piñón: si algo me gusta ¿para qué cambiar? ¡Y encima son tan baratas! Así que siempre que vamos aprovechamos para comer / merendar / cenar. Desayunar no, porque algo tiene que tener, el café es infecto. Y yo para esas cosas sí que soy señorita. Para el café mucho, y para las bebidas con gas, menos. No me importa Pepsi o Coca-Cola, pero eso de Cola-Carrefour, Cola-Eroski o Cola-Ikea, no. Ni de köñen.
Hace un tiempo la mayor no quería quedarse bajo ningún concepto en Smaland, que es el parque de bolas y zona de juegos de los niños que hay en Ikea. Un chollo, señores. Los dejas ahí una hora en la que tú puedes dedicarte a pasear y ellos más felices que chupillas, y tú también. Pues la mayor no quería. Ahora, afortunadamente sí. Porque, lo que son las cosas de la vida, la pequeña no quiere más que ir andando y la mayor si fuera por ella iría en carrito aún. Y va a ser que no. Así que como solución temporal las meto a las dos en un carrito de la compra y hala. Lo que pasa que entre las dos rondarán los 35 kilos de carga. Y una va resoplando como una loca empujando el carro, que no hay dios que lo mueva. Eso sí, como en la línea de cajas les busquen el código de barras va a ser que no se lo van a encontrar.
Si no habéis estado en Ikea, Smaland es gratuito. Corres el riesgo de que esté completo el aforo, pero tienen una bonita lista de espera, así que te dan hora, como en la peluquería. A las once y diez, señora, me deje usted a su hija. Y a las once y diez se la dejas. Ellos te dan un maravilloso busca (porque yo no sé si en todos, pero al menos aquí no hay cobertura en el móvil), te toman los datos del DNI, que deberás presentar al dejar y al recoger a tu churumbel, y hala, padentro. Se lo pasan bomba, pintando, jugando y corriendo. Lo único, que hay que reunir los requisitos de altura (ni muy alto, ni muy bajo… o sea, ni demasiado mayores, ni pequeñajos), porque si no, en una de estas me quedaba yo mismamente.
En los tiempos en que Mencía era una pesadilla y lloraba toooooooodo el tiempo, instauramos una costumbre en casa que consistía en que yo dedicaba una tarde a la semana a Aldara en exclusiva. Nos venía muy bien a ambas para abstraernos de la hermana con complejo de Montserrat Caballé y además, así compartíamos un ratito juntas las dos como cuando éramos tres. Ahora lo hacemos menos porque Mencía se ha calmado (afortunadamente) bastante, pero aprovechando que teníamos unos días libres quisimos volver a estar las dos solas una tarde.
Y nos fuimos al cine. Aldara comenzó a ir al cine cuando cumplió los cuatro años porque antes le daba miedo. En general es bastante miedosa y tiene ciertas reticencias a probar cosas nuevas, así que hasta que no estuvo preparada nos abstuvimos. Al precio que va la sesión, como para salirnos… Hemos ido ya unas cuantas veces y le encanta, aunque es un chorreo porque entre el cine, las palomitas y todo lo de alrededor te dejas una pasta. Pero como cinéfila que soy (o era, porque menuda ruina desde que tengo a las peques) estoy encantada. A mí no me importa en absoluto tragarme las películas para niños, es más, es una excusa estupenda para poder verlas y no desentonar más que los hermanos Medina-Abascal junto a Belén Esteban.
Esta vez fuimos a ver Hop, una película sobre el Conejo de Pascua que a Aldara le gustó… y a Aldara le gustó. A mí me pareció un poco tostón, pero bueno, se trataba de que le gustase a ella. Era la primera que veíamos que mezclaba animación con personas reales y la experiencia estuvo bien. Y además a mitad de película (sería por ver tanto peluche), Aldara se me acurrucó y nos pasamos todo el rato ronroneando ambas. Igual por eso le gustó, vaya usted a saber.
El día 17 de abril se celebró aquí el Día del Libro. Una fecha un poco extraña porque lo suyo es celebrarlo el 23 de abril. Pero con eso de que era festivo…
En casa somos todos bastante lectores, así que, a pesar de la crisis (tengo una amiga que trabaja en una librería y me cuenta que este año al parecer no han debido vender demasiado), nos dejamos una pastizara en libros. Hubo para todos… Los de arriba son los que nos compramos los mayores (el mío, el de Carmen Posadas, me duró una tarde, así que sí, me gustó mucho), y también hubo para las peques que estaban más contentas que chupillas.
Anda que nos pasó una… Al pasar por un puesto vimos una colección que a Aldara le gusta mucho y que conoce porque uno de los libros que la integran está en la biblioteca de su clase. Le gusta tanto que lo ha sacado varias veces ya. Así que para comprarle cualquier cosa, nos dirigimos derechos a comprárselo. El caso es que el señor que estaba ahí, venga a decirnos que mejor éste, que me gusta más, y a contarnos cosas sobre los libros, anécdotas poco conocidas… Y resulta que era Fernando Lalana, el autor. ¡Ya me extrañaba a mí que supiera tanto de esos libros y que tuviera tanto interés por uno u otro! Nos llevamos dos, pero vamos, que aunque no hubiese estado ahí nos los hubiéramos llevado igualmente. Me hizo mucha ilusión porque yo de cría le leía y me gustaba mucho. Así que ahora tenemos los dos cuentos con su firma. Además, le gustó tanto el nombre de mi hija que nos dijo que no descartaba ponérselo a alguno de sus personajes ¡eso sería ya la bomba!
Estos son los libros que compramos. Están editados por Bruño e ilustrados por Violeta Monreal. Me gustan mucho porque son libros que mezclan escritura caligráfica (y por tanto, son estupendos para niños que están comenzando a leer) con pictogramas. A los críos les encantan. Además están fenomenal porque incluyen dos cuentos en uno… por un lado está el cuento tradicional (en este caso adaptados por Concha Narváez) y por el otro hay un cuento sobre alguno de los personajes que sale en ellos escrito por Lalana.
Muy recomendados. En mi casa han triunfado, lo que no es ninguna novedad por otro lado.
Los últimos que nos llevamos fueron Leo y Veo, Las Hadas de Susaeta, que va un poco en la línea del anterior (y costó 3,55 euros, a ese precio quién se resiste) y ¡Qué mascotas tan ruidosas! Mi libro suena de la editorial Usborne. Éste último es para Mencía, que se vuelve literalmente loca dándole a todos los botones. Teníamos uno igual pero de dinosaurios y éste iba más duro, pero este otro suena en cuanto el bollito le da. Y se vuelve loca. ¡Le encantan los bichos!
¿Procesiones? Ni una. Aldara tiene TERROR a los capuchinos, los tambores y todo este tipo de cosas. Así que entre que a ella no le gustan y a mí tampoco, pues hemos vivido una semana santa de lo más impía…