Vuelvo a empezar esta entrada como la inmediatamente anterior: Hoy es mi cumpleaños. Sigo alegrándome de celebrarlo, como cuando era una niña. ¿Recordáis la ilusión que nos hacía cuando éramos pequeños? Evidentemente, ahora no es lo mismo pero sí que es cierto que desde que tengo hijas veo los cumpleaños con los ojos de la emoción que experimentan ellos, para los que cumplir años es el no va más.
Los niños… a mí la maternidad me ha cambiado de tal manera que éste no va a ser el post que tal vez esperárais, en el que os contara la fiesta, los regalos, la emoción. Ése tal vez me anime a escribirlo, pero hoy no. En un día como hoy quiero acordarme de todas las madres y padres, los que sois, los que vais a ser, los que lo veis muy lejos pero tenéis claro que queréis serlo.
El amor que se experimenta por un hijo es algo indescriptible. Hasta que no tienes uno no te puedes hacer a la idea de lo inmenso que puede ser el amor ¡Es algo que supera a las palabras! Ser padre es algo difícilmente superable por cualquier otra cosa que te pueda pasar en la vida. No es fácil ser buen padre, la vida nos hace que esto de la maternidad y paternidad no sea precisamente un camino de rosas, pero la recompensa que obtenemos es incomparable.
Hoy yo quiero acordarme especialmente de todas aquellas personas que no han tenido o están teniendo fácil el ser padres. No me quiero ni imaginar lo que sería de mi vida sin estos dos cascabeles que me despiertan por la mañana (a veces demasiado temprano), que gruñen, se quejan y sin embargo cuando sonríen, me dan un beso o simplemente me dicen «mami» hacen que se ablande mi corazón. Como dice mi amiga Mireia, son lo mejor de mí. Nada de lo que he hecho o pueda hacer superará a mis dos soles.
Sé que algunos tenéis muchas dificultades. Parece que el concepto familia tenga que ser madre y padre se quieren y a fuerza de intentarlo (lo que se conoce como «el método divertido») tienen niños. A veces no es tan fácil la cosa. Los niños hay veces que se hacen esperar, que hay problemas y no vienen, o incluso, hay personas que quieren ser madres y no tienen pareja, o sí la tienen, pero es de su mismo sexo.
Yo no puedo prometeros que todo va a ir bien, que al final vendrán o que lo conseguiréis. Ojalá estuviera en mi mano. No quiero daros falsas esperanzas porque desconozco los casos de cada uno. Pero lo que sí que puedo es contaros algunas historias que dejen abierta una rendija a la esperanza. Lo que hoy os voy a contar son un puñado de testimonios de personas que generosamente quieren compartir con todos su personal historia. Unas están en proceso y otras tienen final feliz. En algunos casos los nombres son reales, en otros no. Como les he dicho, no importa el nombre que figure, sino algo que está mucho más dentro, que tiene que ver con desnudar los sentimientos y contar cosas que no siempre son fáciles. Yo me he emocionado al leerlos, tanto, que muchas veces lo hacía incluso entre lágrimas. Gracias a todos los que habéis encontrado un ratito para contarlo. No habéis podido hacerme mejor regalo de cumpleaños.
Son ellas, en primera persona las que van a decir lo que quieran, sin que yo diga absolutamente nada. Veréis que las dificultades no entienden de lugares de origen, de profesiones, de estado civil o de condición social. Nadie recibió indicaciones exactas de lo que yo quería. Algunas se han decidido a contarnos sus sensaciones, otras los procesos, lo que han querido. Creo que es más bonito así, que cada uno cuente lo que quiera contar. Así la mirilla por la que nos asomamos a sus vidas es más amplia.
Gracias. No puedo decir nada más que que me habéis emocionado.

La historia de Marta
Toda la vida había pensado que el no poder tener hijos no entrañaría problema para mí, tenía otras opciones….pero las situaciones hay que vivirlas para poder opinar y saber cómo reaccionas ante ellas.
Tras una experiencia de las más tristes de mi vida, se despertó en mí el instinto maternal…¡¡¡QUEREMOS TENER UN HIJO!!! Y aquí es cuando llegó el problema, las parejas que nos rodeaban se embarazaban y tenían niños como si nada, y yo impaciente por naturaleza, “no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy” y además ¡HAZLO YA! sólo veía que el tiempo corría y no conseguíamos lo que más deseábamos. A esto se unía esos estupendos comentarios de la gente que, sin malicia pero metiéndose donde nadie les llama te dicen: “¿Bueno y tú para cuándo?, que se os va a pasar el arroz“. Y lo único que te sale es sonreír, contestar que ya llegará cuando tenga que ser y pensar que por favor, por favor, que sea cuanto antes.
Nos decidimos a ir al médico, entonces es cuando comienzas con un sin fin de pruebas, analíticas, sucesivas visitas al ginecólogo y al urólogo, para acabar diciéndote que es cierto que no consigues un embarazo pero que tu infertilidad no tiene una causa aparente y que las estadísticas dicen que quizás en 8 años consigas un embarazo espontáneo. ¡¡¡8 AÑOS!!! ¡¡¡DIOS, ESTO NO ME PUEDE PASAR A MÍ!!! Te das cuenta que tu manera de pensar ha cambiado no sabes cuándo, y que harás todo lo que puedas por tener un hijo y sentirlo dentro
Por suerte o por desgracia el comenzar con un tratamiento de fertilidad afecta a la pareja pero lo sufre la mujer. Comienzas con unos chutes hormonales que consiguen que en una tarde puedas llegar a tener incluso 27 estados de ánimo diferentes: estoy eufórica, todo va a ir genial, conseguiré el embarazo…y de repente se te rompe una uña…qué horror!! Todo me sale mal, no tengo suerte en la vida…y tu marido hace una broma tonta para animarte y te transformas en el increíble Hulk y comienzas a gritarle…..y así hasta 27 veces.
Y lo intentas una y otra vez sin tener éxito y pasas la vida esperando….esperas a que se acabe la medicación…esperas a la ecografía…esperas a que te extraigan los óvulos…esperas a que te implanten los embriones….esperas a la prueba de embarazo… ESPERAR, ESPERAR y cuando ya no puedes más o eso te lo parece a ti tienes que seguir esperando.
De todo el tiempo que pase con los tratamientos de fertilidad recuerdo 3 sensaciones: una enorme tristeza por no conseguir lo que tanto quería (incluso ahora que han pasado ya 6 años me produce llorera), otra las ganas que tenía en cada uno de los tratamientos de dormirme y no despertar hasta la fecha de realizar la prueba de embarazo y la última lo profundamente incomprendida que me sentía por mis seres más cercanos a excepción de las que eran madres o querían serlo y es que bajo mi punto de vista y sin generalizar , los tiempos avanzan terriblemente pero los hijos continúan siendo de las madres.
Ahora que ha pasado el tiempo lo que más siento es orgullo de mi misma, por no abandonar, resistir y conseguir que llegase el día en que la respuesta fue ¡¡¡ENHORABUENA, ESTAS EMBARAZADA!!! Que alegría tan grande, en ese mismo instante llamamos a la familia y a los amigos. Lo recuerdo como si fuese ahora, íbamos en el coche cuando sonó mi móvil y tuvimos que parar en doble fila para abrazarnos, besarnos y echarnos un llorico, pero este de alegría, mucha alegría, solo comparable a la que sentí en diciembre del 2006. Nacía ANDREA, tenía en los brazos a mi hija, preciosa, chiquitina, con manos grandes, pies muy largos y esa naricilla que la hacía igualita a su padre, comía, dormía, no lloraba nunca, era buenísima, el bebé perfecto, la envidia de los que me rodeaban y era parte de mi…lo había conseguido y todo lo mal que lo había pasado había merecido la pena, y sin dudarlo un momento volvería a repetirlo.
Pero no hizo falta, cosas del destino, de las estadísticas o, como a mí me gusta pensar, ayuda de los que tengo por ahí arriba…, a los 2 años nacía BLANCA, guapísima, redondita, comía mucho pero dormir ya es otra cosa, con carácter…venía guerrera.
¡Qué más puedo pedir! Tengo una familia fabulosa que me hace muy feliz.
La historia de Ana
En las últimas semanas, por diferentes motivos que no vienen mucho a cuento, ha coincido que me ha tocado hablar bastante sobre mi experiencia como madre “adoptiva”.
A mí me gusta muy poco esta coletilla, porque a ver, ¿a que las madres biológicas tampoco están todo el día con lo de “biológica” en la boca? Pues eso, que soy madre, y punto.
Hace ya mucho tiempo, durante el proceso de adopción, recuerdo que me preguntaron que qué significaba para mí ser madre (¡¡ahí va esa, facilita!!). Como ya me la esperaba (esto a traición no lo contesta ni la más veterana) ya llevaba yo varios días dándole vueltas al tema.
Y siempre en mis reflexiones acababa en el mismo punto: “madre” no soy, pero HIJA sí.
¿Qué ha sido, y sigue siendo, mi madre para mí? Pues la persona que lleva treinta y tantos años a mi lado, apoyándome, guiándome, sosteniéndome cuando sentía que el mundo se hundía bajo mis pies, disfrutando de mis logros, diciéndome siempre la verdad, por dura que fuera, que siempre –pase lo que pase- estará ahí… y lo siento por ella, pero en toda esa lista, lo que menos me importaba era que me hubiese parido, porque todo lo que ha pasado después es lo que realmente ha marcado mi vida.
Si me preguntáis en qué creo que se diferencia la maternidad biológica de la adoptiva, os diría que mi día a día, el 99% de las veces, es idéntico al de cualquiera:
- Peque… cómete la tostá que se va a quedar tiesa.
- ¿Otra vez quieres ir al parque, podemos ir primero a tomar un cafelito, que mami está muerta?
- Mami, ¿a que no estoy sudaito? (yo) no me cuentes rollos y a la ducha ya!!! (¿Por qué se habrá vuelto tan “espesito”?)
- Pero el otro 1% a veces se hace inmenso, y casi no te deja ni respirar, como el día me preguntó que si durante el tiempo que él vivió en Etiopia estaba solito… o cuando se acerca su cumpleaños.
En esas fechas no puedo dejar de pensar en su madre, su primera mamá (como la llamamos en casa, sin eufemismos), en qué estará sintiendo ella. Entonces se me llenan los ojos de lágrimas, porque es muy difícil ser feliz cuando sabes que alguien ha debido sufrir tanto. Y le pido al cielo, a las estrellas, a Dios o al universo, que le lleven mi pensamiento, que ella sepa que él está bien, que es inmensamente feliz, y que tiene una familia que lo adora.
Otras veces es tan dulce: mientras él me mira con los ojos como platos escuchando SU HISTORIA, cómo el destino cruzó nuestras vidas, o cuando juntamos nuestros brazos para ver de qué color es cada uno (hemos llegado a la conclusión de que él es muy negro, papá un poco negro, y mamá sólo negra a puntitos).
Otras veces es tremendamente divertido, como cuando le expliqué que Superman también había sido adoptado. Se pasó todo el día cabreado porque habíamos ido a buscarlo en avión, y que él prefería haber venido a España en nave espacial, montado él solito como hizo Superman.
Y a veces, muy pocas veces, es terriblemente duro, como aquella vez, que jamás olvidaré, que dos niños empezaron a gritarle en el parque: ¡¡¡negro, fuera de aquí, vete!!! No hace falta que os explique lo que te entra ganas de decirle a la “mamaíta” de las criaturas, que seguía tan tranquila sentada en el banco como quien escucha llover.
Todas esas “anécdotas” se las voy escribiendo en un diario, porque creo que cuando sea adulto le ayudaran a comprender quién es, por qué su vida transcurre a miles de kilómetros de donde nació, y sobre todo, que lo quiero desde mucho antes de que naciera, que soñaba con tenerlo entre mis brazos sin saber cómo era su rostro, y que si bien no soy si primera mamá, SOY SU MAMA PARA SIEMPRE. Esta coletilla SÍ me gusta.
La historia de María
Sin tenerlo ensayado y sin siquiera pensarlo de pronto descubres que tienes el modelo de tu madre tan metido en tu ser que aflora automáticamente a la primera oportunidad. Hacía dos días que conocía a mi hijo, nuestra comunicación era tan rudimentaria que ahora me sorprende pensar que pese a todo nos entendíamos. Menos mal que el consuelo es un lenguaje internacional y que dentro de mí tenía latente todo lo que mi madre me ha transmitido desde siempre y sin palabras, porque de pronto mi hijo empezó a llorar. Lloraba en silencio, en el patio del hotel, con lagrimones enormes y tristísimos. Fue nuestro primer momento de intimidad, lo abracé y lo subí en brazos a la habitación. Dos segunditos después lo tenía acurrucado en mis brazos, en el sofá, lo acunaba y le cantaba la nana que siempre ha cantado mi madre. De una forma natural estaba siendo su madre, lo protegía y consolaba y, lo más sorprendente, a él le tranquilizaba. Así se quedó dormidito, yo no quería moverme, no quería soltarlo, sabía que mi abrazo le hacía sentirse seguro.
De esos primeros días en Addis Abeba tengo muchos recuerdos preciosos y cuando pienso en ellos siempre descubro las huellas de mi madre (¡y las de mi abuela!). Cuando nos quedábamos a descansar en la habitación del hotel, solos los dos, sin conocernos de nada y sin que nuestros idiomas nos echaran una mano, las tijeras, los lápices de colores, los pegamentos y los cuentos eran nuestros mejores amigos. Recortando y dibujando nos reíamos, nos mirábamos y nos sorprendíamos. Si pienso en mi niñez, también fueron muchos los ratos en que mi madre y mi abuela nos entretenían de la misma manera, cadenetas interminables de papel, mantelitos…. Y cuentos, ¡muchos cuentos!
Desde la primera noche, el momento de irnos a la cama empezó a convertirse en uno de nuestros ritos más íntimos y bonitos; leer, repasar el día y rezar. Estoy segura de que estos ratitos son los que más nos han ayudado a convertirnos en madre e hijo y, por supuesto, yo no había inventado nada, me limitaba a repetir sin pensarlo lo que mi madre estuvo haciendo durante todas las noches de mi infancia.
GRACIAS MAMÁ, no paraba de repetir en mi interior. Ser madre se hereda, se lleva en la estructura más íntima y profunda del ser. Desde que mi hijo y yo estamos juntos no paro de descubrir nuevos eslabones en la cadena abuelas-madres-hijas.
Ya en casa, con un miedo tremendo y muchas interrogaciones, los sonidos y los aromas de la cocina actuaron como aglutinante en nuestra familia. Mi hijo cortando los calabacines, mezclando el atún y el tomate, batiendo el huevo para la tortilla, probando la salsa recién terminada…. De la misma forma que había hecho yo de pequeña guisando junto a mi abuela en la cocina de la casita de Borja; el olor del aceite caliente, el sonido del tenedor batiendo sobre el platito de metal, el sabor de la mayonesa con su punto preciso de sal…
A mi hijo le gusta contarme, de vez en cuando y sin aviso, historias de su vida en Etiopía. De una forma espontánea y muy natural me habla de su madre, de su casa, de sus juegos, de su vida. Supongo que algo de lo que ocurre en ese instante le hace recordarlo y entonces lo cuenta. Cuando me sorprende con uno de estos momentos escucho, pregunto y, la mayoría de las veces, me río con él. Sus recuerdos son buenos y suele contarlos con alegría. Me tranquiliza mucho saber que en sus primeros años mi hijo ha sido feliz y tengo que agradecer a Fantu, su otra madre, todo lo que le ha dado y le ha enseñado. Sé que sin todo ese equipaje, que lleva en su mochila, mi hijo ahora no sería como es. Yo no fui ordenando todo eso en la mochila, lo hizo Fantu y lo hizo bien. Mi hijo necesita buscar esos paquetitos de vez en cuando; mete la mano en su equipaje y en un periquete saca una de esas experiencias. Si le cuesta tan poco encontrarlas y si las comparte tan frescamente conmigo es porque Fantu supo colocarlas en su lugar. Pienso muchas veces en ella y le doy las GRACIAS. Mi hijo se ha sentido querido y cuidado en su primera infancia y gracias a eso nuestra relación de madre e hijo puede ir creciendo de una forma sana y natural. Su primera experiencia de madre se la regaló Fantu y es sobre ella sobre la que yo construyo ahora mi maternidad.
Lo primero que me enamoró de mi hijo fue su intensa mirada. Ahora me recorren escalofríos cuando estamos hablando y esa mirada se centra en mí. Mi hijo se come el mundo con los ojos, lo exprime, saca todo el jugo a cada momento que vive. ¡Qué envidia!
Es precioso volver a sentir toda la magia de la infancia. Hasta ahora la añoraba, desde que está él la vuelvo a vivir; la magia de los cumpleaños, de los viajes, de la Navidad, del primer día de cole, del primero de vacaciones, del ratoncito Pérez… Sensaciones que se habían quedado en el recuerdo son ahora otra vez reales. GRACIAS
Su risa, fresca y escandalosa, son otro de sus mejores dones. ¿Cómo era nuestra casa antes de que él llegara? Ni la mejor de las músicas podía llenar todo el espacio que ahora llena el sonido de su risa.
Desde que llegó, mi hijo ha crecido y ha aprendido, de la misma forma que ha ido haciéndolo nuestra relación. Ahora nuestra vida es ya cotidiana; las rutinas de los días de colegio, el caos de los fines de semana y un sinfín de momentos especiales que se convierten en la sal de cada día. Es fascinante ver cómo aprende y cómo hace suyo, en menos que canta un gallo, todo lo que va descubriendo. ¡Qué listo es mi chico! Y qué feliz me siento yo de verlo fuerte, sano, feliz y tranquilo.
Llevamos juntos un poquito más de año y medio. Todos y cada uno de los días que hemos vivido juntos son días intensos. Algunos maravillosos y otros torcidillos, pero siempre intensos. Cada noche al acostarme me arropa una fantástica sensación de plenitud y sólo puedo dar GRACIAS por él. Estoy segura de que estoy viviendo la etapa más bonita de mi vida. Me encanta la naturalidad con la que mi hijo ha ido haciéndose imprescindible para mí y la certeza de que yo soy imprescindible para él.
María es maestra de primaria, y aunque adoptó a su hijo en solitario, no está sola porque toda su extensa familia siempre está a su lado para ayudarla y compartir con ella lo precioso de su maternidad. Su hijo vino de Etiopía en 2009.

La historia de Mónica
Nosotros decidimos tener hijos en enero del 2004, empezamos a buscar y el ansiado embarazo no llegaba, así que pasado un tiempo (un año o algo así) decidimos ir al medico. Después de muchos médicos, mucho tiempo, mucho dinero, descubrimos que uno de los dos tenia un problema genético y era imposible tener hijos biologicos.
Así que decidimos hacer tratamientos utilizando donante, después de cuatro tratamientos en nuestra ciudad y todos negativos, decidimos irnos a Barcelona a la Clínica Dexeus a hacernos otro, para ver si allí funcionaba, también fue negativo. Investigando descubrimos que hacían un tratamiento en el Instituto Marqués que eran donación de embriones sanos, que seria igual que una adopción. Este tratamiento fue también negativo.
En el año 2007 decidimos ser padres adoptivos, abrimos dos expedientes uno nacional y otro en China. Y en diciembre del 2010 recibimos la ansiada llamada por la cual nos convertimos en padres de un niño precioso que tenia 8 meses, ahora ya tiene el añito y que nos ha hecho los padres mas felices del mundo.
Esta es mi historia, con final feliz, porque los sueños se cumplen, solo hay que luchar por ellos. Y cuanto mas dura es la lucha, también mayor es la recompensa. Nuestra recompensa ha sido enorme, y ya no nos acordamos de los casi 7 años que sufrimos y luchamos por ser padres y simplemente damos gracias por cada día de espera, porque eso hizo que nuestro hijo fuera el que es y no otro.

La historia de Yolanda
En 2006 llevábamos algún tiempo intentando tener niños pero sin agobios. A final de este año me detectaron un pólipo en el útero y pensamos que esa podía ser la causa, me lo extirpan en enero de 2007 y todo fue bien, seguimos en nuestro empeño pero yo seguía sin quedarme embarazada, al final mi marido se hizo las pruebas y también había factor masculino de por medio, la Seguridad Social nos confirma que debemos ir a ICSI si o si y entonces bajamos al IVI Valencia y nos ratifican el diagnóstico. Es duro volver a recordar lo que nos costó conseguir mi embarazo. Como tenemos con nosotros a dos soles que nos tienen todo el día de acá para allá al final casi no recuerdas lo complicado del proceso y los malos sustos de mi embarazo.
Es el momento de tomar una decisión, yo tenía 34 años y Dani 36, tras pensarlo mucho, tener dudas, querer esperar, no querer perder tiempo….al final nos decidimos y en noviembre de 2007 comienzo con los pinchazos de hormonas, primero una menopausia inducida y luego el tratamiento para la conseguir el mayor número posible de óvulos, todo va bien pero como yo estoy “sana” hay hiperestimulación y durante el tratamiento me sale otro pólipo. Solución: me extraen 22 ovocitos sanos y me os vitrifican todos, es una nueva técnica de IVI que permite congelar sólo los óvulos sin necesidad de fecundar.
En enero de 2008 me extirpan el pólipo y en febrero con ciclo artificial vamos a por los ovocitos, pero oh!oh! con este nuevo ciclo inducido me sale otro polipo y nueva extirpación en abril. Al final en junio con ciclo natural siguiendo mi propia ovulación, me desvitrifican 12 ovocitos y los fecundan con espermatozoides buenos de mi chico y el resultado son dos estupendos embriones que me transfieren un 5 de junio de 2008 y que ahora son mis soles: Irene y Marta nacidas en enero de 2009 con casi 35 semanas, sanas y felices, tras un embarazo muy complicado.
Tras este resumen yo quiero destacar tres aspectos:
El Tratamiento, cuando la mujer está sana deberían reducir más las dosis de hormonas, recuerdo los pinchazos, la caída del pelo, los cambios de humor, mi piel muy estropeada, el cansancio de la hiperestimulación etc…Yo reacciono mucho ante las hormonas y por suerte sólo tuve que pasar por un tratamiento, pero fue tan duro que si no me hubiera quedado embarazada en la primera transferencia de embriones hubiéramos desistido por completo. Fueron unos meses complicados, un estado de ánimo muy cambiante y con la incertidumbre de si todo esto valdría para algo. En ocasiones te sientes como ganado, porque parece que tu caso es igual que el otras parejas pero no lo es, cada caso es único y así deberían tratarlo, tanto en Seguridad Social como en el IVI que fue donde llevamos a cabo el tratamiento.
Decir el tema a tu entorno, que decir tiene que si estás mal de ánimos por las hormonas, físicamente agotada y con algo de ansiedad, lo que te falta es mentir sobre el tema. A mi me costó bastante y a mi pareja aún más. En el IVI nos recomendaron la discreción porque aunque los amigos y familia se preocupan por ti, si el tratamiento es a la primera un éxito estupendo, pero ¿y si no lo es? La gente te seguirá llamando para preguntar y pueden llegar a agobiar aunque su intención sea buena. Nosotros decidimos decir el tema sólo a los justos, los amigos sabían que teníamos problemas de fertilidad, pero cuando empezamos el tratamiento sólo los sabían mi suegra, mi cuñada y mi madre, mi mejor amiga y una buena compañera del trabajo, nadie más, nadie…..hasta el pólipo de abril nadie supo en lo que estábamos y yo no me arrepiento. Seguimos sin hacerlo público en general, y si que contamos a los amigos y familia más cercana el tema de la transferencia y les dimos a todos la alegría de mi embarazo a la primera y luego la doble alegría del embarazo gemelar. Cuando tuvimos a las niñas y la gente nos preguntaba si teníamos antecedentes de gemelos decíamos que no y cambiábamos de tema, hasta que un día ví un artículo de un médico que decía que los niños in Vitro no podían ser igual de felices que los nacidos por medios naturales……y esto me encendió….hice un grupo en Facebook L@S NIÑ@S IN VITRO SON FELICES Y TIENEN UNOS PADRES ESTUPENDOS, y empecé a hacer público que mis estupendas niñas eran in Vitro. Lo digo ya de forma clara y ahora nuestra postura es además “hacernos los chulos” porque creo que es de admirar el esfuerzo, el sufrimiento y todo por lo que pasamos los padres con problemas de fertilidad. Y quien no lo entienda allá ellos, poca cultura demuestran.
El embarazo gemelar, cuando me hicieron la beta (prueba del embarazo en sangre) y me dio los niveles tan altos ya me imaginé que eran dos…y cuando fuimos a la primera ecografía a las 5 semanas y nos confirmaron la sospecha nos entró la risa, ¡¡¡pero del susto!!! Los ginecólogos te dicen que es un embarazo normal, que no pasa nada, pero yo no estoy de acuerdo, es un embarazo delicado y hay que cuidarse mucho más que en uno único. Yo estuve desde la semana 8 con mala gana, adelgacé en 3 meses 4 kg y cuando empecé a encontrarme bien sobre la semana 13 sólo pude disfrutar un tiempo porque en la semana 17 me detectan que se me está abriendo el cuello del útero y me meten en quirófano y me hacen un cerclaje de urgencia, desde entonces en la cama en reposo absoluto, con varios ingresos, amenazas de aborto etc…en la semana 31 me ingresan en La Fe de Valencia y mis niñas nacen en la semana casi 35, yo sólo había engordado 7 kg y había perdido mucha masa muscular, además fue cesárea….¡tremendo! las niñas estuvieron 9 días en la incubadora y los últimos 4 yo iba andando del hotel al hospital ¡con dos ovarios! Ahora lo pienso y me pregunto ¿cómo pudiste? Pues pude…pero fue muy duro y de hecho cada vez que bajamos a Valencia y paso por La Fe me pongo a llorar…no os digo más. Y eso que mis niñas están perfectas todo fue bien…
Vale la pena pasar por todo esto por los dos soles que tengo, pero fue duro, que nadie crea otra cosa, duro mental y físicamente; recuerdo los pinchazos de hormonas, el agotamiento extremo de la hiperestimulación, los seis quirófanos en los que tuve que entrar, la angustia de saber si los embriones se quedarán contigo; recuerdo perfectamente la sensación de congoja cada vez que bajábamos por la noche al hospital porque de repente tenía pinchazos en el útero, recuerdo los días en la cama sin moverme….y eso que estaba el foro del IVI y alguno otro mas en los que participaba de forma activa en los que tengo amigas para toda la vida, pero aún así, echo la vista atrás y duele, os aseguro que duele, y eso que era muy optimista, tenía el ánimo arriba y sabía que todo iría bien, pero dolió y al recordalo ahora aún duele. Recordarlo vosotras cuando estéis delante de alguien con problema de fertilidad.

La historia de Valle
Recuerdo cómo de niña yo asumí, como tantas otras, que el futuro estaba poco menos que escrito. Encontrar pareja y tener niños estaba tan asegurado como que se me caerían los dientes de leche y saldrían otros nuevos. Todo llegaría a su debido momento.
Ahora sé que fue entonces cuando empecé a imaginarte. No sabía con quién me casaría para tenerte, ni qué rasgos tendrías, simplemente abrazaba con ilusión ese proyecto que se me había planteado como mi futuro.
Nadie me dijo que no habría un papá con el que combinar mis apellidos, ni sabía que tendría que ir al otro lado del mundo a buscarte tras esperar años y años. Tampoco sabía que algún día me preguntarías por la mujer que te llevó en la tripa, ni que tendrías tres nombres: el que ella apenas se atrevió a decir en alto en los peores momentos de su vida, el que te pusieron sin ilusión en el orfanato y el que llevo siete años soñando para ti. No sabía yo de niña que te reservaría la sorpresa de que Neruda hubiera escrito una oda a tu nombre. Mucho menos podía yo imaginar que tendría dentro de mí la perseverancia suficiente para esperar tantos años mientras mi deseo, expresado en una carpeta llena de papeles, iba avanzando a paso imperceptible entre la impasible burocracia.
Aún no estás y ya me inspiras para cuidar el mundo que será el tuyo, para ser mejor persona, para ser una madre de la que te puedas sentir orgullosa. Mientras encuentro respuestas para preguntas difíciles, ardo en deseos de redescubrir el mundo de tu mano. Sin duda soy mejor persona desde que cuento los días, y es que quiero estar a la altura que mereces.
Muchísimo antes de que alguien te concibiera, yo ya deseaba que nacieras para ocupar tu lugar en el mundo, que primero será entre mis brazos.

La historia de María
Tengo la enorme suerte de ser madre por partida doble, y de haber vivido además la maternidad a través de dos procesos diferentes.
Mi primer hijo nació en el 2007 en una isla del Caribe, y llegó a nuestra casa cuando tenía dos años y medio. El proceso de adopción no fue tan largo como el que experimentan la mayoría de los padres adoptantes en Europa porque mi marido y yo trabajamos y vivimos también en esa isla y como residentes no se consideraba adopción internacional.
La llegada de nuestro hijo no fue tan diferente al nacimiento de un bebé: nos llenó de felicidad, pero también de miedos ¿seríamos capaces de hacerlo bien? y de estrés, de repente tu vida ya no es tuya. Recuerdo las primeras noches levantándome y yendo hasta su cama sólo para ver si estaba bien (lo mismo que hago ahora con mi bebe recién nacido), ¡la diferencia es que con dos años y medio ya podía salir corriendo escaleras abajo o trepar por las estanterías!.
El comienzo fue duro, no lo voy a negar. Por muy meditada que fuera la decisión el proceso de pasar a ser una familia de tres no es fácil. Nuestra vida entera cambió, y la de nuestro hijo también. Aunque vivíamos en la misma isla nosotros hablamos español, comemos cosas tan raras como tortilla de patata, arepas (mi marido es colombiano) o jamón serrano, eso sin olvidar que de repente el pobre niño se encontró en casa de unos extraños a los que le dijeron que tenía que llamar mama y papa. El cariño fue instantáneo, porque con dos años y medio los niños todavía despiertan mucha ternura y a uno le crece el instinto protector y maternal en 30 segundos (lo que nos costó ir desde el edificio donde le recogimos con él de la mano hasta el coche). El amor incondicional, ese que te hace sentirte una leona capaz de morir y de matar por tu hijo, el que te hace babear por él hasta cuando está en el baño haciendo caquitas (porque olores a parte, mira que esta mono cuando me pide que le coja la mano mientras aprieta), ese tardo más en ir desarrollándose. Fue creciendo con los días, y con las noches, con las regañinas y los abrazos, y nos fue creciendo en el corazón a los tres porque él poco a poco se dio cuenta de que podía confiar en nosotros, que siempre íbamos a estar ahí. En una segunda fase empezó a ser mi hijo el que venía por las noches a nuestro cuarto para asegurarse de que no habíamos desaparecido. Nos miraba y después volvía a su cuarto.
Convertirnos en una familia costó tiempo y esfuerzo, tal vez por eso mi marido y yo lo valoramos tanto. Con mi segundo hijo la historia fue más tradicional. Después de 8 meses con el primero en casa me quedé embarazada (sorpresa!!). Mi bebe tiene ahora 1 mes y nos ha colmado de felicidad a todos, hasta a su hermano mayor que está radiante con eso de haber subido de estatus. En mi opinión las diferencias no tienen nada que ver con lo genes o con haber salido de mi tripa, un bebe recién nacido es tan vulnerable que necesita toda tu protección desde el primer instante, esa dependencia absoluta y el coctel hormonal posparto hacen a mi parecer que el vínculo madre/padre- hijo se establezca más rápido, pero os puedo asegurar que ni más fuerte ni más intenso que el que siento como madre adoptante. Me siento muy afortunada por estos dos maravillosos hijos que me han tocado en suerte.