Mis hijas me han salido completamente antisistema. El problema, o mejor dicho, SU problema, es que el sistema en su caso soy yo. Y que tampoco tienen edad para tomar la calle. En realidad no tienen edad, directamente, para salir a la calle solas. Así que como esto no pueden hacerlo, se han atrincherado en el salón. Anoche parecía un campo de minas. Pisabas y ¡bumba! muñeca a la derecha, te girabas y hala, avistamiento de carrito volcado al otro lado. Igual es que eran barricadas y no le he pillado yo el aquel. Todo puede ser …
Aldara ha tomado ejemplo de Gandhi y es fan de la resistencia pacífica. Tiene su comisión de comunicación y debate montada, conmigo, para negociar todos los puntos de fricción, que son, a saber, no quiero irme a dormir ya, no quiero ducharme, no quiero comer «X» (y sustitúyase la equis por casi cualquier comida). Y yo negocio hasta que dejo de negociar. ¿Que no quieres dormir? No te duermas, pero tira para la cama. ¿Que no te quieres duchar? Tira para adentro y haremos un lavado tipo lavacoches, a toda pastilla ¿Que no quieres comer lo que sea? Pues no comas, de hambre no te vas a morir.
Mencía en cambio, parece un político profesional. Tú di lo que quieras, que yo haré lo que me pasé por el … bueno, ya sabéis por dónde. Su síndrome es lo que se conoce entre las madres como el de «sordera selectiva«. Igualito que un político. Sólo oye lo que quiere, y reinterpreta la realidad según le interesa. Hay que ver la determinación que puede haber en un cuerpo tan enano. Con dieciocho (¡qué digo con 18! ¡con 3!) nos vamos a cagar.
Movimientos antisistema a un lado, estos días están siendo un poco caóticos en general. Se nos han juntado excursiones, con días de puertas abiertas, con reuniones, y con exhibiciones. De todo. Si a eso le sumamos que en mi oficina el aire acondicionado ha muerto y esta tarde estábamos trabajando (o haciendo como qué) a 33 grados os podéis imaginar cómo estoy de agotada. Muerta matada y para el arrastre. Debo utilizar esta expresión muy a menudo, por cierto, porque alguna vez Aldara me la suelta, y suena de lo más raro en una niña de cuatro años. «Estoy muerta matada, mamá». Y se queda tan ancha.
Lo más divertido ha sido la excursión que hicimos con los niños al parque. Lo llamo excursión porque para ellos lo es, pero el parque está a diez minutos del colegio. Eso sí, íbamos pertrechados como si nos fuésemos a Afganistán de maniobras militares. Ir con niños de esa edad es fantástico para el ego. De repente te conviertes en una especie de Miss España, Mary Poppins y Superwoman todo en una. Una especie de diosa encarnada en un cuerpo con el culo como un portaaviones. Es una sensación maravillosa esta de tener un enjambre de niños dispuestos a adorarte, y lo que es más, a adorarte voluntariamente. A mí sencillamente me flipaba eso de tener fila para que les diera la mano. Se iban turnando «jooooo, que tú ya has estado mucho rato, déjame a mí». Hasta mi hija mutó en koala y no había manera de despegármela del costado.
En realidad, digo que fue lo mejor, pero también fue superdivertida la actuación de los niños de cuatro años. A mí me hace falta poco para pasármelo bien, también es verdad, pero estas cosas son especialmente graciosas. Y como siempre digo, de madres cabareteras, hijas cabareteras. A Aldara le gusta más un escenario que a mí el chocolate, que ya es decir. A mí se me caía la baba, dicho sea de paso. Realmente yo creo que es obligación de toda madre que se precie. Pensar (aunque no sea muy en serio) que su hija baila que te cagas, actúa de la muerte, y lo hace fenomenal. No es estrictamente necesario que opine que es «la mejor», pero tenemos el derecho y la obligación de perder la objetividad un rato. Aunque en mi caso, es COMPLETAMENTE objetivo que mi hija es la bomba ¡eh! ¡Qué puedo decir!
Sé que tenía algo más que contaros, pero tengo el cerebro reblandecido de tanto calor que he pasado…
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