Todas las mañanas, Mencía me hace acordarme de este anuncio. Bajamos al garaje, echamos una carrera hasta el coche y cuando llega me hace un Guaraná corriendo levantándose la camiseta. Es de risa. Sobre todo en días como hoy en los que lleva el culo un poco escocido y corriendo parece una de las muñecas de famosa que se dirigen al portal.
No sé qué diablos le pasa. Lleva unos días durmiendo fatal, y nosotros también. Ya sabéis, triunfa uno, triunfa el equipo. Duerme mal uno, y el resto vamos al día siguiente con ojeras. Estoy pensando muy seriamente maquillármelas los días que por alguna extraña razón duerme bien, porque ya forman parte de mi look personal. Divina de la muerte.
Y es que nos pone la miel en los labios. Estuvo unos días durmiendo divinamente. Yo pude dejar de acostarme a la hora de las gallinas (¡con lo que yo he sido!) y meterme en la cama a una hora de adultos. La vida nos sonreía, ¡dormíamos! sin llorar, de un tirón, incluso algunos días se durmió solita. Vamos, una cosa para fliparlo. El problema de estas cosas es que a dormir como el culo tardas en acostumbrarte mogollón, si es que alguna vez lo haces, pero a dormir como una marquesa en dos días te has hecho. Así que cuando viene el tío Paco con las rebajas y Mencía decide otra vez dormir a salto de mata es un auténtico infierno. Vamos, que te dan ganas de borrarte de madre un rato. Esto de que los niños no vengan con botón de apagado es sin duda, un auténtico asco. Yo a mi hija, la desconectaría de 10 de la noche a 8 de la mañana, alargándolo a las 9:30 (esa hora a la que no recuerdo haberme levantado en años) en fin de semana. Vale, y en fiestas de guardar. ¿Soy mala persona por desearlo?
En todo caso, esto del sueño siempre me hace acordarme no tanto de Carlos González y Estivill, de los que paso bastante en general, sino más bien en lo bonito que es el colecho en la teoría y lo poco romántico que es en la práctica. A ver… a mí el concepto colecho me mola. Me encanta el momento de meterme en la cama con las niñas, achucharnos, leer cuentos, contarnos nuestras cosas. En cuanto puedo ahí estoy yo, con la mayor (que también es muy fan de dormir conmigo) y con la pequeña. Pero apenas hemos terminado el momento madre-hija, a mi me sobran las hijas en la cama. O bueno, para ser exactos me da que les sobro yo.
Aquí la que escribe no soporta que la toquen mientras duerme. Me hago un ovillo, me fundo con las sábanas y pasaría del mundo. En cero coma, como un leño. Abrazada al cojín de lactancia, eso sí. Él tiene el derecho y el deber de tocarme. ¡Eso es un gusto! Pero eso de tenerle que dar la mano a nadie es un coñazo, más que nada porque supone girarme del lado que no me gusta. Bien. Aldara cae como un leño apenas toca la almohada, así que no tengo que estar mucho rato así. Mencía es otra cosa. Una hoja cayendo sería capaz de despertarla, de modo que cuidadito con la postura que adoptas porque será la definitiva. O sea, que si estoy con medio culo fuera de la cama, lo más probable es que me despierte con un bonito dolor de espalda. Más guay… Erótico festivo a tope.
Y luego está que dormir con ella es como estar en un combate de boxeo perdido de antemano. Sabes cómo empieza a dormir, pero no como va a terminar. Con la cabeza en los pies, o lo que es peor, con los pies en TU cabeza. Así que en vez de levantarme como se levantan las princesas en los cuentos (o las mujeres en las series de televisión, maquilladas como puertas y con cara de haber descansado una eternidad), despejadas después de un sueño reparador, lo haces como si te hubieras acostado con Mike Tyson. Llena de amor porque el colecho es fantástico, pero agotada.
De todas maneras, ahora me levanto fundida, pero cuando era bebé era peor. No sé si os he contado las suficientes veces que Mencía se tiraba 10 horas al día llorando. Redondeando, así grosso modo. Los lapsos en los que no lloraba era porque la tenía zampando en el pecho o bien porque por algún milagro de la naturaleza, alguna alineación de astros etc se había quedado dormida en el fular. Ergo, que ella paraba de llorar, pero yo la seguía teniendo adosada, o sea, que descansar yo, cero patatero. Era horrible. Pero horrible horrible. Como no dormía tan apenas de día (¿¿¿¿¿No se suponía que los bebés podían dormir 17 horas al día???????) por lo menos de noche dormía más o menos. Yo ya renuncié a todo, y directamente me echaba a dormir a la vez que ella, y me trasladé a su habitación. Era mortal de necesidad porque apenas ponía un pie en el suelo la colega se despertaba. Así que alguna vez me vi en la situación surrealista de estar dándole el pecho mientras hacía pis a las 3 de la mañana, todo muy romántico, en el baño a oscuras.
Aquello era la pera limonera. Recuerdo perfectamente una noche en la que a mitad de noche me vi a mí misma en un monólogo del club de la comedia. Madre desgreñada con media teta fuera jugando a ser spiderman (que en mis tiempos se pronunciaba espiderman y no «espaaaaaaaaaaaaiderman», igual que los jedis eran yedis y no yedaaaaaaaaaaaais) o haciendo un remedo cutre del circo del sol. Me faltaba esa musiquita tonta que ponen siempre que hay un número de circo. La mua arrastrándose por la cama, moviéndose tan despacio como me era posible, arqueando mi cuerpo para tratar de bajar de la cama sin que Apocalipsis se despertara. Lo conseguí. Hasta que pensé en la estampa que estaba haciendo, me entró la risa y se despertó, claro. Y ahí estaba la artista del circo del sol dando el pecho a las tantas de la mañana. Y meándose, porque no conseguí ir.
Así que esto de ahora es sin duda, por lo menos algo mejor. Hemos mejorado. Supongo que es la optimista que llevo dentro la que habla por mí.
Sin duda, si a Elsa Lazslo y a Rick siempre les quedará Paris, a mí siempre me quedará Aldara. Que el primer día que vinimos a casa del hospital durmió ocho horas del tirón. Y en casi cinco años que tiene nunca me ha dado una mala noche. ¡¡¡¡Quenocambiepordiosquenocambie!!!!!!
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