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Maternidad

Momentos que hacen que la vida merezca la pena

Ayer en casa por la noche vivimos un momento delicioso. Lo cierto es que llegué a casa queriendo regalar a mis hijas después de un rato orgásmico en el Carrefour. A saber, niña grande que dice que «se cansa» y quiere ir en el carrito (ella y sus veintitantos kilos) y la pequeña no está dispuesta a ir en él. El mundo al revés. Total, que para comprar dos cosas me tiré la intemerata y llegué a mi hogar (dulce hogar) con las niñas asquerosas del donuts rosa que les compré para sobornarlas y al borde del ataque de nervios. No estaba yo, os lo aseguro, nada predispuesta a nada que no fuera asesinarlas. Con cariño. Eso sí, que no falte.

Gru mi villano favorito

Total, que lo que son las cosas, estaba a punto de matarlas y un rato después estaba revolcándome de la risa en el sofá. Hace un par de días tuvimos una reunión con la tutora de la mayor para comentarnos qué tal había ido el curso y fue todo tan positivo que le dije que, como premio al esfuerzo (yo no soy partidaria de dar regalos por sacar buenas notas, en todo caso creo que lo que hay que recompensar es el trabajo) le iba a comprar la película de Rapunzel. Y tuvo la suerte que cuando fui a comprarla estaban con un 2×1, así que nos llevamos también la de Gru, mi villano favorito. La película es una monada y acaban bailando (no digo quien) el boogie-boogie. Así que en menos que canta un gallo tenía a mis dos pequeñajas bailándome los títulos de crédito al unísono. Creí morirme de la risa. ¡Estaban tan graciosas! La mayor movía el culo, daba giros y se contoneaba, con bastante estilo, dicho sea de paso, y la peque intentaba imitarla, con resultado poco definido pero extremadamente gracioso. Acabó yendo casi como si estuviera borrachilla. Y yo, que soy una madre sin escrúpulos (como las madres chinas que graban a sus hijos chinos dándose porrazos), me partía de risa aún cuando estuvo a punto un par de veces de esmoñarse.

Después, para acabar el momento madre-hijas puse el modo cuentacuentos on y ahí estuve, en mi cama leyéndoles tres cuentos a elegir. Me quería morir de amor. Luego me quería morir porque Mencía no se dormía ni a la de tres, pero esa es otra historia.

¡Qué bonitos son estos momentos con las peques! Es impresionante como de ratitos tan tontos puede sacarse tanta diversión. Cuando no eres madre estas cosas no tendrían la menor importancia, pero desde luego, cuando se trata de tus pequeñas destroyers cualquier memez hace que te quieras derretir a cachitos.

Desde luego, que lelas nos volvemos a veces… y qué felices somos de todas las maneras.

En estos días, esta sensación de ser feliz por pequeñas chorradas se ha hecho muy patente por los frecuentes festivales fin de curso de las dos. La mayor tuvo su exhibición de gimnasia rítmica y el festival del colegio (que a estas alturas hemos casi borrado de verlo tantas veces) y la pequeñuja tuvo también el suyo. El domingo pasado, conmigo fulminada por una gastroenteritis de lo más divertido. Realmente, para no mentir, cuando fui, yo a lo único que aspiraba era a fusionarme con la cama, de lo derrengada que estaba. Pero todo es ponerse, y un aquarius y varias visitas al baño después, estaba muriéndome de la risa viéndola.

Las de la guardería nos decían que cuando ensayaban les salía bastante bien, pero que claro, a saber con los nervios del directo y el escenario qué era lo que salía. A mí, francamente, simplemente el hecho de que doce enanos de menos de dos años se subieran a un escenario y no hubiese suicidios en masa me parecía suficiente. ¡Lo que me reí! Los críos hacían lo que podían, de repente uno echaba a llorar en plan melodramático mientras las maestras bailaban el tiroriro y los pajaritos, otro se desubicaba e iba a su rollo. Una risa. Mi hija estaba como flipando. Se cruzó el escenario tocándose el ombligo (que es lo suyo) y luego estuvo como en estado de shock. De vez en cuando recordaba que tenía que bailar y se movía tres veces, para caer posteriormente en una nueva catatonia. Fue genial.

En estas cosas, además, los padres, abuelos, tíos mutamos en fans. Ríete tú de las jovenzanas que piensan que Justin Bieber es genial, infinito, infinito y le tiran bragas. Nosotros somos definitivamente mucho peores. Aplaudimos cualquier tipo de monada, da igual que esté bien o mal hecha. Porque, seamos sinceros, un niño con cara de pánico en el escenario o llorando a moco tendido como si le fuera la vida en ello no debería ser objetivamente descacharrante. Y pese a todo nos reímos, nos despellejamos las manos aplaudiendo y creemos que lo que ha hecho nuestro hijo es un festival del humor, aunque objetivamente no sea especialmente gracioso. Pero ¡qué más da! creo que viene en el contrato que firmas cuando te conviertes en padre… adorarás a tu hijo sobre todas las cosas y perderás temporalmente el juicio cuando actúe.

Y la cara de panoli viene de serie…

Por Walewska

Madre de dos niñas. Gafapastas. Cuqui de barrio. Me gusta tomarme la vida con humor. Cuando tengo un rato libre me abro un blog. Escribí Relaxing Mum of café con leche. Me gusta andar descalza, creo que los postres sin chocolate no son postres y soy compulsiva en todo lo que hago.