Cuenta la leyenda (y mi madre, que también debe contar) que cuando yo era pequeña entre mis frikismos se contaba que con siete u ocho años yo quería ser cantante de ópera. No sé de dónde me vendría porque francamente, no recuerdo en absoluto haber visto ópera hasta bien mayor y fue una sola vez, en Praga. De lo que sí que me acuerdo es de ir por el pasillo de mi casa de entonces y de repente pararme y soltar unos cuantos gorgoritos. Luego seguía la marcha tan feliz, quizás un poco más liberada.
Al principio debía ser raro, pero como a mí me daban unas voladas un poco extrañas, supongo que se acostumbraron y debían verlo como la nueva chorrada de la niña. Más mayor me dio por querer ser bailarina de Telecinco. No cualquier bailarina, no, tenía que ser de Telecinco. Si tenemos en cuenta que era la época de las mamachichos la cosa parece más rara incluso. Pero es que hay que pensar que por aquel entonces las bailarinas de otras cadenas eran bastante ortopédicas y a mí «eso» no me gustaba.
Aldara ha heredado la afición para los bailes. He de decir que no es amor de madre, baila muy bien. Tiene muchísimo ritmo y mucha gracia para bailar, así que es una gozada verla moviendo el esqueleto. Si a esto le sumamos que tiene cero vergüenza… cabaretera como su madre.
En cambio Mencía ha heredado la pasión por el bel canto. La colega tiene unos pulmones que dan miedito. Últimamente, no sé porqué, hemos vuelto al modo lloro en volumen de bafle de discoteca. La tienes encima y notas como tus tímpanos hacen bum-bum-bum. Super guay. Ya os digo. Además no se corta a la hora de demostrar sus aptitudes. En la guardería al entrar, en medio de la calle, en el coche cuando vamos las tres o, uno de sus lugares favoritos, en el portal de mis padres. Cualquier día montarán ahí un estudio de grabación o lo alquilarán como lugar de ensayo para alguna coral: tiene una acústica maravillosa. Y Mencía lo sabe. Es entrar y la tía grita, por vicio, por el placer de escucharse. Que para ella será un placer, pero en ese momento piensas en la suerte que tiene de que su madre no crea en la violencia física, porque la sacudía más a gusto…
Así que para su próximo segundo cumpleaños no sé muy bien qué regalarle… o un micrófono para ella (que seguro que triunfa) o unos tapones para mí…