Desde Carritus nos dicen: Para cambiar la forma de vivir hay que cambiar la forma de nacer. Y como coincide que estos meses es cuando celebro el cumpleaños de mis hijas (una en septiembre y la otra en octubre) la verdad es que me apetecía reflexionar sobre los partos.
A otras personas les dicen que tienen los ojos bonitos, el pelo precioso o que visten divinamente. A mí uno de los mayores piropos que me pueden decir es que estoy hecha para parir. Entre otras cosas, porque es verdad como la vida misma. Mis dos partos han sido totalmente express. En el primero, desde los primeros síntomas claros (y los anteriores me los perdí porque estaba durmiendo) se dieron a las 5,30 de la mañana y a las 11,30 había dado a luz. Tuvieron que correr. En el segundo, porque me dio por ir al hospital a pesar de estar convencida de que se me había parado (llevaba desde por la mañana con molestias, pero como nunca llegó a doler demasiado pensaba que sólo era otra falsa alarma de nuevo), si no, doy a luz en casa porque no llego. Fui al hospital a las 5 convencida de que me iban a mandar a casa y una hora y media más tarde había dado a luz. Mi madre alucinaba cuando la llamé por teléfono. ¡Si no fui conduciendo yo misma porque me parecía mal!
Así que sí, estoy hecha para parir. Y para mí es un gran cumplido. Pese a todo, no me hubiese planteado ni en cien millones de años dar a luz en casa. Entre otras cosas, porque para mí no es importante. A mí me daba igual que en el paritorio estuviesen hablando de cosas intrascendentes, que la luz fuese así o asá, o que el mundo no se parase porque yo estuviese alumbrando una nueva vida. Simplemente, para mí no tenía mayor importancia. Y yo quería tener disponible anestesia (aunque luego en el fondo me la había podido ahorrar para lo que me hizo), y luego quería poder descansar en un sitio diferente de mi casa, como si estuviese en un hotel. Dicen que las visitas mejor en casa ¡pues en mi caso ni hablar! Como estaba como una rosa, era mucho mejor recibirlas ahí, que estaba mucho más ociosa y descansando. ¡Yo estaba encantada de recibir a todo el mundo y enseñarles a mis peques!
Ahora bien. Aunque yo no sea especialmente fan del parto en casa, sí que es verdad que creo totalmente en la libertad. Y que a mí no me moleste dar a luz en un hospital y que me sometan a los protocolos (también es verdad que mis partos son tan rápidos que les da poco tiempo a hacerme ninguna perrería) no significa que todo el mundo tenga que opinar como yo, ni hacer las cosas como a mí me gusta que se hagan. Me parece tremendamente respetable la postura de todo el mundo y creo que tenemos derecho a parir como nos venga en gana. En el fondo sí que creo que hay veces que se mira más al médico que a la parturienta, que es la que de verdad está ahí, dando el callo. Lo siento, pero tener contracciones tumbada es una tortura china. Yo creo que tuve tres así con Aldara (con Mencía, ni eso) y aquello era infernal. ¡Ni me quiero imaginar lo que puede ser un parto tumbada todo el santo rato!
En el fondo lo que creo es que hace falta más amplitud de miras. No tiene porqué ser todo o blanco o negro. Habrá quien quiera una cesárea programada y quien quiera un parto en casa (y yo, honestamente, creo que a pesar de no ser ninguna de las dos mi opción, casi preferiría lo segundo antes que lo primero), pero sobre todo seguro que de lo que más hay es gente del punto intermedio. Mujeres que quieran anestesia, pero que no quieran enema. O mujeres que quieran estar en un hospital, pero no necesariamente tumbadas. Y sobre todo, yo creo que lo que queremos todas es que se nos trate como personas. Puedo entender que para un médico que está trabajando en una maternidad seamos la «embarazada cinco» porque es su día a día. Nuestro parto no es especial para ellos porque simultáneamente probablemente estén atendiendo a más, y que nazca una nueva vida es el pan nuestro de cada día. Pero para la que está dando a luz, su parto es una experiencia que va a vivir, en muchos de los casos, una, dos, tres veces en su vida, y por tanto algo suficientemente único como para que no te lo estropeen. Queremos no ser un «cacho de carne». Queremos ser Fulanita o Menganita, aunque dos días más tarde no se acuerden de nosotras. Queremos no sentir que estamos como en una cadena de montaje en la que después de esto va lo otro, y luego lo de más allá.
A mí me importa poco que mi parto para los puristas no sea un parto natural. Me da igual que lo consideren un parto medicalizado o instrumentalizado porque tuve anestesia. No creo que sea ni mejor ni peor madre por eso, ni que mis hijas vayan a estar especialmente traumatizadas por eso. Es mi posición. Habrá a quien sí que le importe, y me parece igual de bien. Para mí lo importante es que me sentí escuchada, me sentí acompañada y yo viví mis dos partos como algo humano. Tengo una amiga a la que le hicieron una cesárea que me consta que no se siente especialmente mal tratada por que se la hicieran. Para ella su cesárea no fue una «innecesárea» y eso a ella le vale, a pesar de que también me contaba que no estaba especialmente preparada para ello.
Creo que debemos avanzar hasta un punto en el que no estemos de uñas parturientas contra médicos. No me parece sano tener que cuestionar absolutamente todas las decisiones médicas y estar angustiado por si te van a hacer esto o lo otro. Tiene que ser horrible estar completamente preocupada y cabreada todo tu parto y no poderlo vivir en condiciones. Creo que queda camino todavía. Se está andando en esa dirección y ni siquiera los partos hoy son como hace cinco años cuando tuve a mi hija mayor. Yo tres años de diferencia los noté. Pero queda por avanzar. Y el avance debe estar en no obsesionarse con los protocolos (muchos de ellos obsoletos) y que entonen un poco el mea culpa cierto sector de la obstetricia que parece todavía anclado en el pasado (y si no, no hay más que ver las viñetas famosas de la SEGO). Queda por hacer en la ginecología. Y una vez que esto pase, creo que será el momento de relajarnos las parturientas también. Pero para relajarse hay que confiar, algo que un sector de las madres no hace. Sin confianza, no hay relax posible.
Es hora de avanzar, de ir en una dirección en la que todos podamos sentirnos cómodos y tener el parto que queremos. Sea en casa, sea con anestesia, sea sin ella, sea haciendo el pino. Cada mujer tiene derecho a intentar tener el parto que ella quiere.