Este mes mi hija pequeña ha comenzado como otros muchos niños el «cole de mayores». La verdad es que no sabía qué esperar de ella. Mencía es muy impredecible, y lo mismo montaba un momento dramático que pasaba de todo. La primera vez que le dejé en la guardería lloró como si no hubiera un mañana y yo me fui con el corazón en un puño. El año siguiente iba preparada para lo mismo… y me ignoró. Así que esta vez simplemente no esperaba nada, ni bueno ni malo
El primer día llegamos al colegio, expectantes y entramos hasta la clase. Ahí vio a su amiga Beatriz, de la guardería… y hasta ahí hubo madre. Me dio un beso porque se lo pedí, y no se dio ni cuenta de cuando me marché. La recogí toda feliz a la vuelta y así ha sido todos los días. Sin sufrir ni padecer, contenta como unas castañuelas. El inicio de cole perfecto. ¿Perfecto?
Sí, objetivamente lo es. No puedo quejarme porque el objetivo es que ella no sufra y sea lo más feliz posible. Pero al mismo tiempo tengo una cosa dentro, que yo sé que es de #malamadre … y es que en el fondo del corazón, mi orgullo hubiese necesitado una o dos lagrimitas de mi hija. Es una idiotez, lo sé. ¿Qué madre en su sano juicio quiere que su hija lo pase mal y llore?
Y es que es un gran paso para las dos. Para ella porque es mayor y para mí… porque se me hace mayor. Ya no tengo un bebé. Ya no lo tengo y probablemente no tenga otro. Para mí es duro de asumir. Y por un lado me alegra que mi hija no sufra y que vaya tan feliz … pero por otro mi corazoncito se encoge porque mi pequeñaja ya no lo es y ella está deseando ser grande tanto como yo deseo congelar estos momentos.
Es raro tener estos sentimientos tan extraños. En el fondo yo crío a mis hijas para que sean independientes, me alegro de sus logros personales y me gusta estar cerca de ellas cuando consiguen hacer las cosas solas. No es que sea una despegada, al revés, soy bastante plasta y estoy continuamente diciéndoles lo mucho que las quiero y dándoles besos. Pero sí que me gusta que mis hijas vayan ganando en independencia y se hagan mayores sin miedo a hacer las cosas por sí mismas.
Y luego me salen estas cosas tan contradictorias…
Mis hijas se piensan que son ellas las que me necesitan a mí… pero en el fondo yo las necesito a ellas tanto o más. Estos días tengo el ego dolorido y estoy tontorrona. Por eso cuando viene Aldara y me dice susurrando en el oído que quiere mucho a todo el mundo pero a mí más… y me pongo contenta como si la que tuviera seis años fuera yo y no ella.
En algún momento volveré a ser adulta. Lo prometo. Y mientras tanto intentaré no ser yo la que suelte las dos lagrimitas porque mis peques se hacen mayores.