Creo que soy la persona menos fashion del mundo. No me pinto habitualmente (y por habitualmente quiero decir que mi nivel es «ni siquiera sé donde tengo el rimmel, tendría que buscarlo»), no me tiño el pelo (porque para eso sí que tengo una buena genética y no tengo canas), no me doy ni una crema ni media más allá de las que me tocan por mi dermatitis atópica… vamos, que soy un puñetero desastre. No lo digo con especial orgullo: es que lo que es, es.
Pero hace un mes y pico estuve en un evento de Zippy y nos hicieron la manicura. Y se desató la bestia.
Tan poco habituada estaba yo a esto de pintarme las uñas que os lo prometo, cuando alguna vez, haciendo el chorras me las pintaba tenía una sensación rara. Era como si mis uñas me pesaran. Una marcianada, lo sé, pero era lo que me pasaba. Y si ya me las tenía que dejar un poco largas (lo normal es que las lleve de la misma largura que mis hijas… y a veces ellas las llevan más largas que yo, ejemmm) ni os cuento.
Pero aquella manicura… sembró en mi un germen. ¡Ya no quería llevar uñas de colegiala más! ¡Quería ser trendy, chic, hipster, TODO! Y lo intenté. Pero a mí estas cosas se me dan como el culo me parecen muy difíciles y me quedaba fatal. Se me descascarillaban y al día siguiente ya tenía uñas de pordiosera. ¡NOR! ¡Así no!
Así que cuando me hicieron una entrevista para Quieru sobre cremas y productos de belleza me dieron un cupón para probar el servicio de la tienda. Y ante mis ojos apareció el siguiente anuncio…
Así. Nada más abrir la tienda. ¡No tienen corazón! Y tuve que comprarlo, claro.
A los dos días lo tenía en mi casa. ¡DOS! ¡Una rapidez nunca vista! Y yo abrí la caja como si aquello fuera el arca perdida, con una mezcla de reverencia y miedo, sabiendo que me iba a cambiar la vida. Por supuesto, tardé cero coma en intentar probarlo. El problema fue que mis hijas vieron muchas posibilidades al envío que acaban de hacerme y a los dos segundos las tenía a las dos una a cada lado.
Imaginaos el panorama. Madre con nula poca maña, con una luz lamentable y dos criaturas sobreexcitadas en los costados. El lote constaba de cinco cosas: cuatro botecitos, que tenía primero que intentar averiguar para qué servían cada uno y una lámpara UV para secarlos. Así que lo colocamos todo ahí, dimos la primera capa y luego a la lámpara. Aquello daba más respeto que la Boca de la Verdad porque se encendía una lámpara y empezabas a notar un calorcillo… y tú pensando ¿se me churruscará la mano? No. No sé churruscaba. Es más las peques MATABAN por poner sus pequeños piececillos ahí. Vicio el que tienen.
Pues sorprendentemente lo que salió de aquello fue unas manos con unas uñas pintadas con una cierta dignidad. Por supuesto, de manicura francesa no hablamos. Os recuerdo que estoy en el nivel cero de glamour ¡no se puede pretender correr antes de andar! pero tal y como se habían desarrollado las cosas no estaba mal.
Así que mi propósito es intentar llevar unas uñas decentes. Aunque para pintármelas tenga que decorar las de mis hijas a la vez, aunque tenga que darme de codazos con ellas para meter la mano en el chisme secador. Pero ¡A dios pongo por testigo! ¡Este año conseguiré algo de glamour!mejor!