Mis hijas no sacrosantas

Amo a mis hijas. Con todo mi corazón. No creo en que gritarles sea educativo y creo que a los niños no debe pegárseles bajo ningún concepto. Odio que lloren y cuando lo hacen trato de consolarlas. Mencía necesitaba mucha piel cuando nació y la porteé, le di pecho hasta que quiso y dormí con ella. Me parece una memez esto de que los niños se acostumbran a los brazos (Mencía tiene 6 años y va andando a todos los sitios, y la única que echa de menos los brazos soy yo) igual que creo que con quince años mis hijas no van a querer dormir conmigo y que mientras estemos de acuerdo todos si nos apetece dormiremos pegadas. Menos con cuarenta grados. Porque me sobra todo el mundo. No soy la madre del año. La verdad es que hago lo que puedo y lo que creo. Muchas más veces lo que puedo que lo que quiero, de hecho. A veces aunque tengo claro qué es lo que hay que hacer no lo hago porque la circunstancia me supera. Y me siento fatal porque la adulta soy yo, y no las niñas.

Mis hijas son mi centro. La tarea más grande, más divertida, dura, bonita y mejor de mi vida es educarlas para que se conviertan en mujeres de bien. Me equivocaré y acertaré, pero cuando sean mayores estoy segura de que las miraré y pensaré que aunque el mérito es de ellas algo habré contribuido yo. De vez en cuando hacen cosas en las que pienso, «caramba, no lo estoy haciendo tan mal.»

Pero hay cosas que de verdad me molestan. Más de lo que me gustaría. Que tus hijos sean lo más importante para ti no quiere decir que tengas que reverenciarlos como si fuesen sacrosantos. Son tus hijos y son niños. Y a veces sus intereses y los tuyos, simplemente, no coinciden. Su estado de ánimo y el tuyo no siempre es el óptimo. Cansancio, alegría, irritabilidad, entusiasmo y otros muchos estado de ánimo se suceden en nuestra casa. A veces es el mismo para todos, otras veces no. Yo puedo estar cansada y ellas aceleradas. O al revés. Nuestra vida y nuestra casa no son perfectas. Más quisiera yo. Pero es una casa normal. Y yo me río. Escribo y me río. De mis hijas, de mi marido, y sobre todo de mí. Hago humor por una cuestión de supervivencia. En lugar de gritarles o tirarles por el balcón, o cuando yo estoy que no me aguanto ni yo misma, escribo y lo cuento.

Y lo exagero, por supuesto. Para mí el humor es mi tabla de salvación. Y lo siento por todos los que consideran que sus hijos son sagrados, sus partos también y que todo lo de la maternidad está rodeada de una mística y no se puede hacer bromas con ello. Yo por supuesto defiendo que cada uno tiene derecho a vivirlo como a uno le dé la gana, pero eso implica también que yo puedo hacerlo del modo que he elegido. Porque francamente creo que la vida cuando uno se ríe es mucho mejor.