El otro día al ir hacia el colegio me tropecé con una madre y su hija, compañeras de mi hija pequeña. Venía yo pensando en lo mayor que se veía esta niña cuando me dijo la madre que estaba alucinando de que Mencía ya no tenía cara de niña pequeña. Y es que mi chiquitina pequeña va camino de los 9. Yo la llamo así porque me resisto con uñas y dientes a aceptar lo evidente que es que mis hijas están creciendo a pasos agigantados. Y no quiero: no me siento preparada para que crezcan.
Sé que es algo que no tiene marcha atrás y en lo que yo no tengo absolutamente nada que decir. Es como lo de ser abuela: una (más o menos) decide cuando quiere tener hijos pero tener nietos se tienen cuando quiere otra persona. Pues lo de crecer es igual, ya puedes querer tú congelar el tiempo que lo mismo te va a dar.
Estoy cagada de miedo. Y no es porque tenga miedo a que la adolescencia que está ahí a la vuelta de la esquina saludando con la manita sea un infierno. No estamos libres de nada, pero habida cuenta de cómo es mi hija y cómo fuimos sus padres creo que sobreviviremos. Yo tuve una adolescencia muy precoz y pasé el pavo prontísimo, pero siempre fui una persona bastante sensata y no hice grandes cosas de las que arrepentirme. Aún así, es verdad que estuve bastante imbécil unos años y tendremos que pasar por ahí, porque es algo que sucede desde que el mundo es mundo.
Lo que me da miedo es dejar de ser su mundo. Mis hijas tienen que volar, volar alto, ser ellas mismas. Para eso las educo: quiero que tengan un pensamiento propio, que sean críticas, que no se llenen de miedos y que cuando tengan que enfrentarse a las cosas hayan conseguido tener un criterio propio. No quiero hijas que no piensen, aunque esto signifique que piensen distinto a mí. Yo sé que lo van a hacer bien. Son dos niñas estupendas y van a ser las dos adultas magníficas cuando llegue el momento. Tengo total fe en ellas.
Son mis contradicciones internas las que hacen que no me apetece nada que se hagan mayores. Quiero suplicar al tiempo, «eh, ha sido muy poco, déjamelas un poco más para mí». Quiero que me sigan mirando con admiración y no con cara de «mi madre no me entiende», quiero que me dejen achucharlas hasta el infinito, que yo siga siendo su preferida. Lo sé. Soy una egoista de mierda.
No hay nada más difícil que dejarlas ir, poquito a poco, y lo peor es que yo que apenas estoy empezando a soltarlas soy perfectamente consciente de ello. No quiero. Y sí que quiero, a la vez. Al mismo tiempo como las quiero deseo que sean felices, que tenga su vida, cumplan sus metas, se hagan mayores, sean mujeres hechas y derechas. TIENE que ser así. VA a ser así, y yo sólo quiero estar a su lado para cogerles la mano cuando se caigan un poco. Se caerán. Se levantarán. Y seguirán.
Soy una contradicción con patas. Pero seguro que vosotras madres me entendéis totalmente.
5 respuestas a «No estoy preparada para que crezcan»
Tan, tan, tan de acuerdo…
Mira, hoy te voy a entender, porque mi bicharraca me ha dicho antes de salir de casa que la monitora del comedor del colegio la quiere más que yo. 4 años y ya no soy el centro de su universo. Con 9 se me irá al registro a renegar de su nombre.
Qué bonita eres.
Todo va a ir guay porque sois guays las tres.
Abrazos!
La verdad es que da mucha pena verlos crecer, pero es ley de vida. Por eso es súper importante pasar el mayor tiempo con nuestros hijos y hacer muchas cosas con ellos.
Gracias por compartirlo con todos y un saludo.
[…] Mamis y Bebés: con el post que perfectamente podría haber escrito yo “No estoy preparada para que crezcan“. […]